viernes, 8 de octubre de 2021

la utopía de la etiqueta

  Durante los fugaces años en que fui periodista para la edición mexicana de Playboy tuve a mi cargo una columna (una página) llamada “El consejero playboy”. En mi escritura debía figurarse una persona (un hombre sin dudas, un hombre alfa) mundana e instruida, capaz de brindar consejos inteligentes e informados sobre cualquier tema. De la parva de consultas que llegaban, 95 por ciento era inservible por lo tosco, tres por ciento preguntas repetidas, y el resto daba para uno o dos consejos por número, por lo que había que imaginar los demás. Así es que ni bien recibí el encargo salí en busca de bibliografía. Uno de los libros que compré (bien pudo haberse llamado Manual de etiqueta y buenas maneras o El arte de la etiqueta, con seguridad no La utopía de la etiqueta) tenía cientos de instrucciones, la mayoría de inutilidad incorregible, referidas a un mundo que ni en sueños era el mío y nunca lo sería -por fortuna-. Sólo usé su normativa para responder una pregunta que ya en esa época era dinosauria pero valía por su respuesta defraudadora e ingeniosa: si un hombre y una mujer recorren juntos una escalera angosta, ¿quién debe ir delante? No menos machista que el anticipado -y frustrado- “primero las damas”, la respuesta del manual era “siempre el hombre: al subir, para no incomodar a la chica con la idea de que la examinará con impunidad de tasador, mirándole incluso la ropa interior si usare falda; al bajar, para no perturbarla con el fantasma de un ataque, un empujón sorpresa que pondría en riesgo su vida”.
inesencial e histórica
   Lo único sorprendente del libro era su prólogo. Además de periodizar la etiqueta (poniendo en evidencia su carácter inesencial e histórico), exponía su fundamento: ele otre: “Toda la ciencia (sic) de la etiqueta se deduce del principio de no ofender ni perturbar a les demás, e incluso de promover su bienestar siempre que sea posible”. Es decir, si por ejemplo en determinada circunstancia lo que va es vestirse de tal o cual manera, es porque así se agasaja y reconoce a las demás, brindándoles lo mejor y lo que más hace a su comodidad y bienestar. Y así hasta llegar hasta el sacrificio de Narciso.
   Lo anterior implica que quien sea grosero y altisonante, huela mal, interrumpa, resulte desagradable o mortificador, humille, burle o se aproveche de su situación privilegiada o de la debilidad ajena para sacar ventaja etc estará desconociendo las más básicas reglas de la etiqueta. Es decir, la etiqueta no sería otra cosa que amor social. Lo que supone -y tiene su condición de posibilidad en- una cierta simetría o al menos un pacto entre les intervinientes, que les habilita poder elegir practicarla. 

emperatriz de la etiqueta
   Sin embargo, ¿Qué hacer frente al odio y las mentiras, los abusos e injusticias, el afán aniquilador…? Es decir, ¿Qué hacer cuando les otres son directamente dañadores? Cómo hacer frente a la ignorancia radical de toda etiqueta.  
    Y más allá de las afrentas personales (capaces de destruir vidas eh), qué hacer ante la violenta desigualdad estructural de nuestro mundo, que aniquila la posibilidad misma de la etiqueta, porque ¿cómo siquiera simular interés por le otre cuando está condenade a la miseria (cuando se le está condenando a la miseria?). No obstante estos reparos, la etiqueta sigue funcionando, y hasta la más punk la sigue practicando como su imaginación e inteligencia mejor se lo permite. No a la manera del manual absurdo en el que malgasté dinero para inventar la página de playboy, sino en en el cuidado para relacionarse con amigos, amantes, familia, colegas, etc. Tiene su definición ad hoc todos los días.

sábado, 5 de octubre de 2019

se escucha en el cine II

hoy: ser ballena (después de ser lobo...)
-Sí, obvio, no soy la excepción... Ojalá haya reencarnación y pueda elegir en qué volver, porque me encantaría ser ballena.
-Ballena... ¿Por? Qué tiene de preferible una ballena a por ejemplo un caballo.
-El caballo es un hermoso animal, no hay dudas. No sé cómo será un caballo salvaje, no sé si todavía quedan en algún lado, diría que no. La ballena tiene de preferible a cualquier animal que no viva en el agua justamente eso, vivir en el agua. Que es como flotar. No viste lo bien que nos fue recién. Vive en tres dimensiones. Eso en primer lugar.
-Nosotros también vivimos en tres dimensiones.
-Nosotros tenemos tres dimensiones. Pero para ellas no hay suelo, no caen, en vez de moverse en el plano y golpearse contra el piso a cada paso se mueven en el espacio, no en dos dimensiones sino en tres. Flotan, suben bajan.
-Y qué más.
-Yo sería una ballena barbada, no dentada. Las barbadas se alimentan de seres microscópicos, plancton, krill, cositas que le quedan cuando cierran la boca y sacan el agua. No ejercen violencia para alimentarse, no matan más que con la indiferencia. Otra ventaja es que son mamíferos, o sea tienen un mundo sensual y tal vez afectivo de gran complejidad, comparable al nuestro. Cogen, como nosotros. Y su hábitat no es una provincia, una montaña ni un continente, es el mundo. Viajan literalmente por los mares del mundo, del trópico a los polos, norte, sur, agua fría, caliente, todo les gusta, en todo encuentran su placer. Y otra cosa linda de ellas son los sonidos que sacan para comunicarse, no los producen con las cuerdas vocales, no tienen, sino…
-Pero no hay ballenos putos.
-Quién sabe. En una de esas hay amor de ballenos. Entre ballenos o entre ballenas hembra. O tal vez si yo fuera ballena empezaría a haber. Igual sería ballena hace cinco mil años, porque ahora con la caza la contaminación me parece que ya no la pasan tan bien...

El gobierno actual (2018)

lunes, 1 de julio de 2019

superstición

Pocos actos sobre un cuerpo ajeno superan en ultraje a la violación (la tortura solamente, que suele incluirla), lo que la pone en el lugar del máximo avasallamiento. Según Rita Segato, es un mensaje y un deber de los varones hacia sus iguales -o sus modelos- y hacia lxs violadxs: “[el violador] siente y afirma que está castigando a su víctima por algún comportamiento que él siente como un desvío, un desacato a una ley patriarcal. [...] él es un castigador, él no siente que actuó contra la ley, sino a favor de una ley que es una ley moral [...] en un proceso de diálogo con sus modelos de masculinidad [...] demostrándole algo a alguien (a otro hombre) y al mundo a través de ese otro hombre”. La producción de la violación en el patriarcado es también la de su significado (la cultura de la violación), necesario para que pueda oficiar de castigo.

Años de conversaciones familiares me han mostrado que la condición de posibilidad para que la violación dé cuerpo a esos sentidos está en la noción más difundida de sexualidad, algo que nadie discute (tan presente e invisible como el agua y el aire), y en particular en las concepciones sobre los genitales (los órganos más sexualizados de todos), que ubican ambos dominios en un más allá respecto del resto de los ejercicios y situaciones corporales. Un más allá de la cultura, en un ámbito de inalienabilidad, privacidad, separación, sacralidad y máximo respeto.

¿Cuál es la diferencia entre acariciarle a alguien la cabeza, la mejilla, un brazo o una pierna y hacerle una caricia en los genitales, aunque sea a través de la ropa? No veo ninguna que no sea de carácter supersticioso. Lo discutí incluso con reconocidas psicoanalistas, y su respuesta se limitó finalmente al consenso social en torno a esas zonas, y a esos actos: están “cargados”, lo que acabaría sin embargo por remitir esos circuitos a un condicionamiento previo a la civilización (hablan de catexis -opaca traducción de Besetzung, término militar de ocupación-, pulsión y libido, formas de aproximarse a lo real).

Es la misma superstición que lleva a la madre de una compañera a espetarle “pero... la sexualidad, que es lo más sagrado”, cuando ella la participa de que como partenaires sexuales prefiere a otras mujeres, pero también la que produce la respuesta de la chica: “justamente, porque es lo más sagrado no puedo ignorarlo”. Es la misma superstición por la cual numerosas militantes feministas condenan sin ningún tipo de matiz el trabajo sexual, dado que no puede ser trabajo si se hace con órganos que según consignan no tienen el mismo estatus que las manos, las piernas o el cerebro (por mucho que los incluyan). Es la misma, también, por la que hacer una caricia en los genitales se considera algo muy serio, y mucho más grave que dar una bofetada (sobre todo si quien la recibe es una mujer, y ni hablar si se trata de une infante). No es distinta de la que tiñe nuestra relación con la desnudez, ni de la que transforma el consentimiento en un asunto de la mayor gravedad.

Así como el exhibicionista (la versión visual del violador) se desencanta y huye cuando no genera espanto ni horror -cuando produce risa-, así el violador o el abusador dejarían de existir si sus actos no significaran como lo hacen (si no pudieran significar como lo hacen). Esto exigiría considerar la sexualidad de otro modo. Si tocar una vagina no tuviera una esencia distinta de la que tiene tocar un brazo, una boca, la violación perdería su carácter (su significado), y el trauma que pudiera producir no se distinguiría esencialmente, como sí se distingue hoy, del que es resultado de la violencia física (del dolor inmediato y sus consecuencias).

Me consta -no sólo por mi propia experiencia- que muchas relaciones que la ley tipifica como abuso (puntualmente, entre une menor y une adulte) no fueron vividas en su momento como tales, y ni siquiera después, una vez que ele niñe creció y las recordó en su vida adulta. Sin embargo, sí son muchas las veces que se produce un trauma retroactivo, una vez que ele sujetx incorpora (es la palabra) el hato de nociones con las que leerá un hecho que no vivió de modo violento ni violentador y que per se carece de sentido, pero que a partir de su determinación en el marco de significación del patriacado se vuelve función de la superstición sobre el cuerpo y sus genitales, y no de la violencia ni de la violentación (que es en mi opinión lo condenable en todos los casos: obligar a alguien a vivir algo que no quiere), porque a veces no la hubo. No me refiero al conocido caso de psicoanalistas que siembran recuerdos en sus pacientes, sino meramente al de quien en una situación de repasar su historia, descubre de pronto que ha sido objeto de una ofensa atroz, que hasta entonces desconocía (o para decirlo en la jerga más aceptada, pero en modo alguno más precisa, había reprimido, sin darle la dimensión -la significación- adecuada).

Celebro la denuncia de los abusadores, su exhibición pública y mucho más la unión y fortaleza -el empoderamiento- de quienes la ejercen (lo que no quita que la ola de indignación que levanta tenga ecos de otras lapidaciones, u otros linchamientos, como aquellos de que fueron objeto, una vez terminada la segunda guerra mundial, las mujeres francesas que habían tenido amantes entre las filas alemanas, lapidaciones en que ejercían la mayor virulencia punitoria quienes no se habían levantado más que en su cabeza, si en algún lado, contra la opresión), pero me resultaría apasionante ver qué pasaría con muchos casos de abuso (e incluso de violación), con su significado y efecto, si se hiciera estallar arqueológicamente el concepto mismo que las define, su producción dentro del régimen patriarcal (al que sostiene en tanto es su función) y su relación con la superstición de la virginidad -que, hipótesis derivada, es la fuente de energía todavía emitente de la sacralidad de los órganos sexuales y sus usos-.

La violación podrá desaparecer (porque habrá perdido su sentido) cuando los órganos sexuales se equiparen en su presencia social a otros órganos del cuerpo, cuando les niñes dejen de buscar vagina, culo, pija, pene o concha y en el diccionario porque sus definiciones no les aportarían nada esencialmente distinto a las de dedo, oreja, o cadera y boca. Es decir, una vez que superemos la prehistoria del sexo (que, si fuera posible una analogía con la alimentación, equivaldría tal vez a la época en que la carne se quemaba, sin cocinarse) y entremos de lleno en la historia (hasta llegar a la alta cocina, es decir al predominio de la cultura), que podría muy bien dar lugar incluso a ramas de la pornografía aún por descubrir. Las prohibiciones de fotografiar niños en playas y piletas públicas -la paranoia pedófila- van en sentido contrario.

Quedará siempre, de todos modos, por fortuna, en el sexo (lo mismo que en cualquier fracción de la vida pasada por el tamiz de la civilización) algo irreductible a la cultura, esa parte que de modo perentorio nos pone en relación con lo real -con la muerte-.

martes, 28 de mayo de 2019

es un vicio


   Me tomó varios días poder pensar la postulación de Cristina F a la
alquimia cristinista: de ex 
jefe de gabinete a PM
vicepresidencia como una genialidad. Ahora sé que conformará por igual a quienes quieren que encabece el gobierno y a quienes no: estará y no estará, ambas cosas con igual verdad -se podría sostener que en realidad no conformará a nadie, pero la intensidad con que se leen sus acciones determina lo contrario: siempre son afirmativas, aún para quienes la odian-.
    Ella aporta a la sociedad de socorros mutuos Fernández su capital político para armar un gobierno que de otro modo sería inviable, y una vez en él ejercerá una autoridad legitimada no en la investidura de un cargo equis sino en que le ha sido conferida desde antes por el pueblo. Tal posición será como mínimo un gobierno que desde el vamos tendrá dos cabezas, porque el electorado cristinista estará dándoles sostén. Por lo mismo, una quita de apoyo lo llevaría su ruina. Qué pasará después, todes queremos saberlo, pero Cristina ahora se resguarda por partida triple, sigue en la pelea, se modera, tal vez también esté cansada.
vice
    En virtud de ello, la movida es un ejercicio tan alto de democracia que hace estallar la imaginación paupérrima de la cultura política argentina, muy especialmente la de sus oponentes que apoyan al gobierno actual (ni en su mejor momento podrían concebir una maniobra con semejante poder innovador, y tardarán décadas en entenderla): prefigura para el sistema institucional el ambicioso futuro -ojalá lo veamos- al que aspira el legista ex supremo Eugenio Zaffaroni: que a la cabeza del gobierno haya no un presidente ni una presidenta, sino une primere ministre parlamentarie.

miércoles, 5 de diciembre de 2018

una visita inoportuna

     Argentina no necesita fábricas de autos”, lanzó un alemán que me visita. Psiquiatra y neurólogo, de ojos celestes y buen ver, nacido en la cuenca del Ruhr, llegó dispuesto a usufructuar del modo más irreflexivo los privilegios que se derivan de su condición de hombre blanco e instruido, buenmozo, cool. Y alemán. En Berlín compartíamos amigos y salidas nocturnas; es un gran aficionado a las drogas y en mí encontraba alguien dispuesto a secundarlo bastante en esa afición (aunque nunca le seguí realmente el tren, me habría dañado la salud) y también en mi preferida, la de conversar.
no necesita fábricas de autos
    Desde que llegó a Buenos Aires, sin embargo, la conversación que hacemos juntos, otrora llena de ingenio y velocidad, tiene sobre todo forma de discusiones en que ambos orillamos un definido mal humor, yo tal vez más y con justificación menos visible. Él vino de paseo y se figuró -de la manera más equivocada- que yo estaría ahí disponible para acompañarlo donde fuere y cuando fuere, como si no tuviera nada que hacer y mi vida transcurriera en la misma despreocupación que la de él ahora, que además de estar de vacaciones tiene resueltas de modo prácticamente definitivo numerosas cuestiones que a mí me queman los talones y las pestañas. 
    -Estás triste, ves todo negativo, por qué -me interrogó a los días-. Yo también en una época estaba enojado, y como vos, tenía mucho miedo -pero ¿por qué supone, por qué presupone?-, miedo de fracasar, miedo de no conseguir ser quien quería. Eso me ponía de mal humor, me dificultaba las relaciones con los demás, me hacía poner negativo.
      Es obvio que estas atribuciones tristes no impidieron que la mala onda prosperara, al contrario, y así fue que hace dos noches tuvimos una discusión llena de reproches -sobre todo de su parte-. El principal, referido a mi forma poco amable de discutir con él. Algo que le admití, dado que me ha sido echado en cara muchas veces, aunque sólo para demostrarle acto seguido con -para él- sorprendente facilidad que él no sólo no actúa de modo distinto, sino que además es reciamente miserable y chicanero. Lo que tal vez sea sólo una respuesta al tratamiento que le doy, a mi estado incomodador. Puede ser, pero cuando anunció su viaje le advertí que yo no estaba de vacaciones, y que no sabía de cuánto tiempo iba a disponer para verlo.
    En el curso de las discusiones traté de dejarle en claro que desde mi punto de vista nuestra principal diferencia es ideológica: entendemos de distinto modo la naturaleza (ese invento de la civilización), la vida y las relaciones entre las personas. También la sexualidad y el consumo de drogas. En fin, me resulta un tipo sexista, machista, homófobo, aunque su militancia por lo verde le de cartas para sostener lo contrario -en Alemania, acá nadie se lo creería-. 
nuestra principal diferencia
    Entre las cosas que me molestaron hubo una cierta desconsideración, rayana  en el abuso, o lo que percibí como tal, en relación con los recursos y las cosas de mi casa; siempre dispuesto a servirse lo que haya sin importar el efecto que tal cosa tenga en otra gente (en mí). También su moral de la competencia, que lo lleva a matrizar de ese modo todo entredicho, toda discusión: como lucha para acabar con el otro. También su mala onda hacia mis amigos (“si querés darles droga, les das de la tuya”, me espetó).
   La cuestión es que hoy estoy en un como pozo negro que no es estrictamente de dolor, pero sí de agobio, pesadumbre. Todos los intentos de dulcificar y armonizar la relación fracasaron, encontré sólo resistencia de su parte, molestia, necesidad de librarse de mí. Curiosamente, las mismas emociones que me aquejan respecto de él.

domingo, 4 de noviembre de 2018

sociedad del miedo I

Hoy: seriedad mortal
   Muy de la vejez (aunque no exclusiva ni necesaria en ella) es la seriedad.  No tomarse las cosas en serio, sino con seriedad, con demasiada seriedad; no la disposición responsable esperable en quien atiende a la armonía, sino una actitud que confiere a cada instante una gravedad refractaria a la risa y formas afines de distensión y relax. Es el caso de un amigo (a esta altura más bien un ex amigo): envuelto en la coraza de su hermosa familia se ha vuelto una persona de lo más serio que he visto, en cada una de sus interacciones (las mínimas: una conversación telefónica, un mensaje de whapp) destila una gravedad de funcionario sobre quien pesan asuntos tremendos. Un nivel de seriedad que en otros tiempos él mismo habría juzgado ridículo y dinosaurio, y que supo fustigar al verlo en sus xadres, estructura ahora su persona y su vida. Es un viejo conservador que se respalda en la ley y el orden (en la propiedad privada, fuente y justificación del orden social carente de imaginación que soportamos), y piensa las relaciones personales en términos de abogados y demandas. Cogerá horrible, si es que todavía lo hace.
    Para mí esa seriedad -esa tumba- es correlato (función) del miedo que sin pausa se vocea por todas las bocas de expendio que articulan la vida social, es decir, hoy, Internet.

miércoles, 25 de julio de 2018

mar de fondo: les agonizantes



agonizante
    -Me estoy muriendo...
    Se ríe al decirlo y fuma marihuana en una silla de mimbre, a la sombra de un techo de paja cuadrado. A sus espaldas las olas son de tamaño y violencia extraordinarias porque -informan los medios- hay mar de fondo en la costa de Guerrero. Comparte esa idea -ese momento, ese estado- conmigo y con otra amiga, a quien trajo hasta este confín mexicano, lo mismo que a mí.
    -Yo también -contesto-, aunque vos según parece a tasa mucho mayor.
    La conocí hace casi veinte años en la cdmx, ella se estaba convirtiendo en concertista y maestra de piano; dejé de verla mucho tiempo (aunque me visitó en Berlín), hasta que hace unos años nos reunimos para ir a Montevideo, donde nació -me pidió que la acompañara porque no quería enfrentar sola el pasado-.
    Hace un año y medio el cáncer de riñón que dijeron haberle extirpado hizo metástasis y la desahuciaron, le dieron pocos meses. Desde entonces una vez a la semana le administran una variante de quimioterapia de las menos lesivas, así que aunque no perdió el pelo sufre diversos trastornos, entre ellos cardíacos y digestivos. De este modo, si bien el cáncer parece haberse detenido o al menos ralentizado tanto como para no representar una amenaza inmediata, la quimio y la cantidad de pastillas y pastillas para las pastillas van produciendo alteraciones que obstaculizan la vida. La acompañé a hacer
igual me bañé
trámites varios (en su mayoría relacionados con seguros por invalidez y finiquitos laborales que le habrán de reportar sumas no despreciables, que se destinarán en parte a la una enormidad de gastos en medicina, hospital y cuestiones conexas), y en el centro histórico de la ciudad tuvo que parar cada treinta metros porque no le daba la energía.
    La mayoría de las veces me llama “flaquito”, pero no son pocas las que prefiere "yegua", “perra” (y su hipérbole insuperable: "jauría")  o “loca” (“callate loca” dice, me lo copió), “maría” (la sirvienta por antonomasia), lo último con una insistencia ante terceros que les produce incomodidad por el desprestigio que tiene el trabajo doméstico, sobre todo si lo hace una mujer. Es que estoy ayudándola: conduje su auto para llegar hasta acá, le suelo cebar mate, y lo hago porque soy buena. Me quiso honrar designándome vicepresidente del Marchicomio (su apellido es Marchisio), institución creada hace casi dos décadas para albergar las demencias que la rodeábamos. No acepté: renuncio a los honores pero no a la lucha, le dije. Lo que sí, robo para ella, que me hizo venir.
    -Me lo dijo el mecánico, a mí el mecánico me bate la posta: el cáncer es 30 por ciento físico y 70 por ciento mental; es una cuestión de actitud ¡es así! -dice ahora con el tono de quien está en gira de conferencias Cómo me curé, tono que la posee cada vez que le dan los resultados de su tomografía cuatrimestral. Esta vez indican de nuevo que los tumores no avanzan-.
terapia de amigues
    Desde que le dieron el diagnóstico pasó por numerosas etapas, siempre con la conciencia más o menos suspendida de que no le queda mucho tiempo. La última novedad de su vida es un novio. Cuando pensé que nunca más iba a coger la vida me regaló esto, dice en referencia al argentino de rulos entrecanos con quien se encierra a dar gritos destemplados a la siesta, a la noche y en todo momento en que no están comiendo o fumando faso. Él es dibujante, está becado por el estado mexicano para hacer ilustraciones que acompañarán una edición del Quijote. La mayoría de las que vi hasta ahora son escenas sexuales (inspiradas en su experiencia más reciente) que difícilmente alguien relacionaría a priori con el personaje cervantino.   
    -Se ve que la terapia de amigues, fiestas, tabaco, alcohol, marihuana y playa funciona -enumera-. Y ahora, encima, agregué el garche.

jueves, 5 de julio de 2018

lo más



-Los yanquis y los europeos, los israelíes... los rusos, los coreanos… ¡se
altos faroles
dedican
todos a la guerra! Pero los chinos en cambio... son muy astutos: no se meten en ninguna guerra, a lo único que se dedican es a hacer negocios.
Se lo escucho decir mi tío político segundo, él escribe artículos de opinión (op-ed pieces, en la jerga de ellxs) sobre política internacional para prestigiosos diarios de Estados Unidos. Habla sentado a la mesa del loft donde vive junto con mi tía segunda en el corazón del soho, en la misma breve calle donde se suceden las galerías de arte más rentables del planeta y a pocas cuadras del sitio donde hace décadas se alzaban las torres gemelas. Además de él y mi tía segunda, está una mujer algunos años mayor que yo;  gasta una onda por igual rosarina y neoyorkina: maquillaje rutilante y aros descomunales interferidos por un flair internacional proveniente sobre todo de su ropa cara; a lo largo de la cena contará que hizo una fortuna considerable con la compra venta de inmuebles en Washington y que recientemente escribió un libro que enseña a ser feliz por la vía de la meditación.
-Pero si la guerra es sobre todo un negocio, antes, durante y después -digo como si eso contradijera la opinión del anfitrión.
-¡ya sé, pero claro, ya sé! -contesta él con un punto de molestia por la como impertinencia de mi respuesta.
un perú
La ciudades de México y Berlín tienen en común con casi cualquier otra las pilas de cadáveres que se acumulan en su historia, y se distinguen porque en ellas ese vector alcanza un nivel extremo (el non plus ultra de su época en términos de genocidio). Esa intensidad rasga su diferencia, y para vivir en ellas hay que metabolizarla -es mi experiencia-. En Nueva York (que vuelvo a pisar gracias a la generosidad creciente de la amiga más íntima de mis años mexicanos -y no menos, gracias a la creciente mezquindad de su salud-, que es también mi única amiga uruguaya) esa potencia la tiene el dinero: no hay conversación en que no intervenga y certifica el grado de existencia de cosas y personas (es la medida del ser). Como los cadáveres en las capitales de México y Alemania, (a força da grana) infiltra la civilización en general, pero en esta ciudad alcanza su grado superlativo, es lo que la mantiene activa, próspera, productiva: es su carrera (su competencia).
No es que el megamonstruo ny carezca de otras vetas, ni mucho menos de flores que pueden arrancarse del montón y aromar por sí, autónomas, otros ambientes que nada que ver; pero existen en esa trama donde toman forma y nutrientes. En otras palabras, ¿podría existir lo mucho de muy bueno que tiene ny -su esplendor multifacético- por fuera de esa energía? Para mí que no. ¿eso la
tixs (segundxs) del soho, entre máscaras de áfrica
anula como opción de vida y camino etc? Ni idea, es fácil creer que ningún sistema generó más riqueza que éste cuya cumbre representa ny -riqueza que en un punto, aunque sea nada más el que se ofrece a la mirada, es de todxs-, pero al mismo tiempo no puedo imaginar bella una vida articulada sobre esa línea tan dura. Y así, la razón última para abominar de la ciudad, como para todo en la vida, es de orden estético.
¿Habrá una ciudad cuya diferencia insoslayable sea la del amor? Que como el dinero y las masacres infiltra todas las artes y ocios. Y la mía más definitiva, Buenos Aires, será sólo ejemplo de la aurea mediocritas de la civilización. Estaría bien, quién sabe. 
caritas en downtown mnhttn
escaparate de la quinta
 

viernes, 22 de junio de 2018

nado sincronizado

   -Te parece que nademos uno de cada lado? Así no nos chocamos; si viene alguien más hacemos la circular..
    Se lo digo al que está en el andarivel donde entro a nadar. Completo la frase haciendo un redondel con el índice. Me dice que sí (no todxs aceptan esta redistribución del agua: a la mayoría, seteada para ir por un lado y volver por el otro, la idea de variar la perturba seriamente). El flaco tiene unos 25 menos que yo, es potente y flexible (más que yo espero que no), y lleva traje de baño de lycra corto de los que se han vuelto a usar ahora sobre todo en piletas, encima éste tiene bandas flúo a los costados. con su anuencia me echo al agua de mi lado y por obra de las pausas y velocidades de pronto nos hallamos nadando crol a la par, vamos y volvemos juntos por el andarivel. Como por obsesión de simetría tanto a la ida como a la vuelta giro la cabeza hacia el mismo punto cardinal (que es el
nadadorxs tras un vidrio empañado
lado de él), lo veo nadar junto a mí, acompañarme. De ida miro su pecho lampiño y su axila que se abre con la brazada, su cuello sus antiparras ahumadas y tras ellas supongo los ojos que me miran bajo el agua; a la vuelta veo el perfil de su cuerpo y su espalda lisa cuando levanta el brazo opuesto; nos vemos mutuamente en el silencio subactuático al dar al mismo tiempo la vuelta estadounidense en cada extremo de la pileta. Él también me verá al girar hacia mí la cabeza para respirar cuando vamos, y cuando al volver mira el suelo tal vez me adivine en la periferia de su ojo, de modo que como si fuéramos ballenas hermanas o amantes nadamos juntos. Hasta que después de cuatro o cinco piletas de nado perfecto a la par, nos cansamos (no del espectáculo, sino de darlo) y nos volvemos a independizar. Más tarde nos volvemos a unir brevemente, pero sin la magia original, no estamos dispuestos a sostener esa ternura, fue de una sola vez.
    Cuando se cumple mi media hora me recuesto en la pared, todavía dentro del agua, y una mujer mayor, abogada retirada, me da conversación desde el andarivel de al lado. Estudio italiano dice, el próximo idioma es el alemán, y agrega: hay una ferrari ahí, en referencia al guardavidas que nada dos carriles más allá. En eso hace una de sus pausas mi compartidor de andarivel.
    -Me crucé de lado en un momento -dice con una sonrisa.
    -A todos nos pasa.

lunes, 23 de abril de 2018

platonismo en abyme


    Un tatuaje que es una línea vertical y mínima sobre la frente, tal vez apenas curva y desigual, del lado izquierdo de la cara. ¿Representa el tiempo, un segmento, una coma, el laberinto perfecto? Nada de eso.
    Un chico (26) con quien en diversas redes ad hoc nos yiramos durante tal vez años me invita a cenar a su casa temporaria ¡finalmente nos veremos! A los segundos de llegar le digo si me puedo quitar los pantalones: es que en casa vivo semidesnudo, no soporto la ropa, menos con este calor, etc. Obvio hacé lo quieras. Y me quedo en mi elastizado de diseño europeo y fábrica asiática. Por qué no te sacás vos también el pantalón, digo al rato, así no me siento tan solo. ¿Yo? no..., sí, no, bueno, sí. Al sacarse los cortos deja ante mi vista un calzoncillo estampado en coloridas onomatopeyas de historieta, entre las que se destaca en primer plano un puño enorme azulado que evoca -sin ser- el del increíble Hulk. Dice “estos calzoncillos..., mis calzoncillos...” pero no llega al predicado. Interpreto su vacilación: teme que mi severidad -efecto no querido de la diferencia etaria- vaya a desaprobar su ropa interior. Por eso no me demoro en ponderársela, y soy sincero.
calzoncillo de la idea de un calzoncillo..
    Hace más de una década, cuando todavía vivía en México, vine de visita y en una reunión acá lucí una camiseta, ya no sé de dónde había salido, tal vez un regalo pero de quién, en la que se veía el contorno, como iluminado desde atrás y lleno en un tinte oscuro saturado, de una banda de rock según las concebía la época: pelos hirsutos, melenas, guitarras bajo, batería. ¿Qué es esa remera? Es de viejo que se quiere poner una remera moderna pero no tiene idea. Y otras cosas del estilo dijeron mis amigxs.
-No -contesté-, es la remera de la idea de una remera de una banda de rock, no meramente la remera de una banda, ni siquiera la remera de la idea de una banda, sino de la idea de una remera etc.
    La idea no era mía, la había encontrado en la traducción de A single man comprada en un impulso poco frecuente en una librería oscura de la colonia Roma, en la hoy CDMX. Esa novela fue mi primer Christopher Isherwood, su protagonista es inglés y vive en California. Pero en vez de escribir guiones para Hollywood como hacía el escritor en el mismo tiempo y espacio, trabaja de profesor universitario. En un pasaje va a cenar a la casa de alguien y lo sorprende una mesa que tiene columnatas capiteles y otros detalles evocadores de la cultura griega clásica. El profesor tiene una epifanía sobre los estadounidenses: no les importa que la imitación sea más o menos precisa, y mucho menos que pueda confundirse con el original (que de todos modos nunca estará al alcance): lo que les importa es la idea, representar la idea: la idea (la forma) de lo griego, la idea de un tatuaje, la idea de una remera de banda de rock.

lunes, 9 de octubre de 2017

Ser lobo

   En una plaza en el norte un poco al oeste de la ciudad encuentro inesperadamente a un amigo de otras épocas. Casi no lo reconozco, y por los mismos motivos que me impiden dejar de mirarlo: no tiene otra ropa que algo que seguro no es un pedazo de arpillera pero lo imita muy bien, y con eso se cubre las partes más íntimas pero sin dar impresión tampoco de mucho cuidado. Encima está en cuatro patas, en un área de vegetación muy nutrida, donde hay también alambres y postes caídos entre los árboles y pastizales. Lo acompaña un joven (un muchacho) igual de desvestido y en la misma postura. Los dos andan entre las plantas llenándose de barro. Pueden hacerlo compenetrados porque a esa parte del parque no va casi nadie, y además es el último rato de luz, día de semana. Me quedo imantado por ese comportamiento sorprendente en alguien que (me consta) es entre otras cosas multimillonario en dólares (por herencia). Se desplazan con las manos y las rodillas en el barro, bajan la cabeza como si olieran, también se tocan con los cuerpos, el costado del cuerpo de uno contra el del otro, o los hombros y los
qué mirás. dame ropa
brazos, todo sin abandonar las cuatro patas. Hasta que se levantan y caminan en dos pies como uno imagina que andan en general. El que conozco se pone una bata y el otro se viste de jeans, remera y suéter, todo eso sobre la piel sucia de barro. El más joven es un chico flaco y rubión con el pelo lacio pajizo y pinta de extranjero o si es de acá de haberse criado en San Isidro o del estilo. Se despiden y se va. Mi amigo acomoda pertenencias en su mochila, y se viste también. Me le acerco y lo saludo, se sorprende al verme -pero no se alegra, incluso parece molesto-. ¿Qué estaban haciendo? le pregunto con la confianza que siempre tuve. Estoy dando un curso, ése es mi alumno, responde. ¿Un curso? de qué. De ser lobo. Este chico siempre me sorprende. ¿Y cómo conseguiste tu alumno? No contesta y agrego: lo publicaste en internet. Me mira, asiente vagamente. Es un principiante, detalla. ¿Cuánto te paga? Cien euros la hora. Una fortuna. ¿El curso incluye olores, olidas? Lo único que se me ocurre de la vida de los lobos. Sí, en las evacuaciones, contesta con terminología que rubrica su expertise.

jueves, 8 de junio de 2017

contra natura


    Termino de nadar mi media hora semanal (desde hace tiempo creo que el exceso de deporte es dañino) y subo a las duchas, que suelo usar como spa durante otra media por sus aguas caudalosas y la amplitud de temperaturas que ofrecen, y no menos por su atractiva estructura descompartimentada, old style. Pero es todavía muy de mañana y no hay otra gente en ese espacio abundante en caños, cuya mayor diferencia con lo que fue cuando Perón lo inauguró en 1949 debe ser el resultado de la entropía, así que estoy solo, recibiendo el chorro sobre la nuca (en esas duchas se robaron hace ya tiempo todas las flores) cuando aparecen el chico y su cuidador.
60 canillos y 0 flor
    Ya los vi en el vestuario antes de nadar, pero como estaba concentrado en cambiarme reparo en ellos recién ahora, retroactivamente: un joven de veinte y algo en compañía de un adulto que dobla holgadamente su edad. El chico tiene algún tipo de retraso, no presenta los clásicos rasgos mongoloides, aunque sí un cuerpo que parece no haber sido sujeto de ninguno de los disciplinamientos que vienen instruyendo poses andares y looks en el mío y los de mis amigxs. El suyo parece haber quedado abandonado a su proliferación. En la contingencia. En la pileta, mientras en todos los andariveles había tres nadadorxs, el chico con su padre o tutor o encargado tenían uno exclusivo. No sé por qué nadie más nadaba con ellos, de quien fue la decisión.
inigualable obra  de la entropía
    El muchacho trata de abrir una canilla cerrada con alambre. Ahí no podés, le digo, pregunta por qué, porque están rotas, fuera de servicio, tenés que ir ahí o ahí (le señalo dos posibilidades); bañate acá, le indica el hombre señalándole el lugar que justo frente al mío y me dedica una sonrisa que habilita no sé qué. El chico se quita con mucha dificultad la malla, tarda minutos durante los que puedo ver su cuerpo de espaldas, es el caso más extremo de antihegemonía estética que recuerdo. Tiene un elástico alrededor de la cintura que no se saca, debe ser para la malla, estará suelta, razono vagamente. Pero cuando se da vuelta desnudo veo que lo usa para sostener una bolsita impermeable clara y chata, un portavalores tipo el que usan los turistas para obstaculizar el carterismo. Sin embargo yerro de nuevo: no es eso sino la saca recogedora de un ano artificial, que a juzgar por el abultamiento del abdomen del chico debe incluir también una parte interna voluminosa y rígida. Quién sabe a qué manoseos habrá sido sometido ese joven cuerpo que para ducharse no se quita las antiparras, sin ellas no puede enfrentar las gotas que le caen sobre los ojos. Me pregunto si las juntas del sistema contra natura serán herméticas o, al contrario, tendrán pérdidas, y si quienes nadamos en las mismas aguas lo haremos entre restos de digestión del muchacho. Pero inmediatamente recuerdo que muchos anos a natura también tienen pérdidas, y que encima han de ser muchxs más quienes llegan a la pileta con sus anos en condiciones que uno difícilmente juzgaría ideales (por suerte en la pileta sobra el cloro, pienso con alivio). Así que el chico no representa nada especial en ese aspecto, sino otra cosa, como un ejemplo de humanitas. Él y su acompañante abandonan rápido el sector donde yo me demoro, dejándome otra vez a la espera, pero mientras se están secando unos metros más allá el chico grita “las brujas de Inglaterra, las brujas de Inglaterra” y acto seguido pronuncia una secuencia de sonidos muy variados en articulación, entonación, altura. ¿Así hablan las brujas de Inglaterra?, le pregunta el hombre con tono de interés. Él dice que sí. Sé tres o cuatro idiomas, estudié latín y rudimentos de griego, y me pareció harto verosímil.

lunes, 29 de mayo de 2017

Llanto en el cck


   Me cuenta un amigo que entre los animales que crió en su casa de Ramos hubo un lagarto overo: me lo regaló mi papá muy chiquito y creció hasta medir más de un metro. Vivió siete años en el fondo de casa y murió en dos etapas: un día tenía paralizadas las patas y la cola, dos días más tarde todo lo demás. Es posible que lo haya matado el frío, me dijo el veterinario. Comía huevos, se los dábamos crudos con un agujero y él los vaciaba, viste que los lagartos tienen esa lengua tan reptiliana. Cuando me lo regalaron tuve que tapar todos los huecos del cerco, los pozos por los que podría haberse escapado. Lo cuidé mucho, lo cuidaba mucho, le compré una plancha térmica que se conectaba a la corriente y se calentaba: él se echaba encima. De chico se dejaba tocar, cuando creció se volvió más arisco. ¿Conoció algún congénere? No, nunca vio un par, era macho, aunque sólo por suposición. Se llamaba Uriel.
no es la libertad, es otro
   En el Centro Cultural Kirchner (ese lugar), mientras recorro la exposición Naturaleza: refugio y recurso del hombre, compuesta de obras de numerosos artistas, me acuerdo de Uriel y su criador. Formo parte de un grupo donde hay también niños al que guían dos mujeres. Una de unos 25, la otra más o menos del doble. Ellas informan con entusiasmo cuestiones básicas de los artistas (origen y lugar de residencia, línea de trabajo) y contextualizan las obras. Por ejemplo relatan con tintes épicos la consagratoria intervención de Nicolás García Uriburu en la Bienal de Venecia del ‘68, a partir de la cual reproduciría su obra coloradora en aguas de todo el mundo, o explican que para su instalación Nicola Costantino tridimensionó con una impresora la fuente de la vida que Hieronymus Bosch pintó en El jardín de las delicias. Los asistentes de mi grupo casi no preguntan ni intervienen, aunque la guía más joven estimula la participación: ¿a qué se parecen las olas tomadas desde arriba? Pregunta ante El mar, de Ange Leccia, o ¿qué sugiere el mar?, frente a la obra de Agnes Varda. La libertad, se me ocurre, la libertad. Pero la respuesta que ella buscaba era otra.
paisajes de catamarca
   Después de ver tantas obras, muchas inolvidables, salgo llorando y por horas tengo que secarme el rostro. ¡Qué miseria! pienso desencajado, entre convulsiones, al borde de una depresión definitiva. Una exposición para miles en ese lugar único, que lo tiene todo para ser un verdadero foro de entendimiento por donde pase la vida, ¡reducido a esto! ¿Nadie le dijo a la curadora de Naturaleza: recurso y refugio del hombre que ya el nombre de su exposición es misógino y patriarcal (“el hombre”, ¿qué hombre?)? Mucho menos podría esperarse entonces que le hayan hecho ver que, encima, oblitera (tal como la ideología según la dice Marx) que la civilización no sólo es parte de la naturaleza, sino directamente su inventora, y que nuestra especie animal no es menos naturaleza que las plantas con sus hermosas manchas de petróleo y talas de bosques y sus aguerridos centros culturales. Pero en el segundo y el cuarto piso del cck la naturaleza se nombra y se reconoce por sus distintos tonos de verde (así la gráfica completa). Un rayo de esperanza antecedió mi ingreso a la sección “Antropoceno”, dados su nombre contemporáneo y la historización crítica del ambientalismo que conlleva, pero lo único que hallé fue reventada toda su recursividad, al punto de que el mismo concepto de ecología que operan las voluntariosas guías se sustenta obviamente en citas de GreenPeace. Un mundo pre-queer, pre-trans. O más bien anti.
   En este marco (en realidad ése es el marco) resulta inevitable -necesario-
entretenidos globos para caminar en medio
obliterar también por completo el carácter industrial del arte y su funcionamiento como una rama más de la industria del entretenimiento: las guías nos llevan por una sucesión de obras transparentes, portadoras de un mensaje cerrado (no importa cuál) que no entablan relación alguna con el sitio donde están ni con su régimen de uso, que refieren a una verdad exterior, y ante todo, ajena. Lloro en medio de la ciudad y viajo por un jardín florido, entre rascacielos y trigos, por los pasillos que recorren las reses camino al matadero, y en las nubes veo a Uriel, lo ausculta el veterinario.