martes, 28 de diciembre de 2010

Hamlet - Así nace el Amor I

Así empieza el amor

   Desde hace años tengo un perfil en un sitio de contactos sexuales entre hombres. En los primeros tiempos pasaba horas (perdía horas) en busca de un joven agradable dispuesto a compartir un buen momento en bolas. Ahora me limito a tener abierto el perfil (estar online) y ver quién me visita o me manda mensajes.
   Hace tres meses, todavía en Berlín, tras volver a mi casa ya en las primeras horas de un jueves después de la sesión semanal de canto con el coro, me puse a boludear y ver quién me había visitado, como quien lee para juntar sueño. En eso apareció un sacado con el nombre “scandinavian boy” que me bombardeaba con mensajes y parecía desesperado por encontrarse. “No busco escorts, gracias”, le contesté de una: su perfil tenía el signo $ propio de quienes reciben dinero a cambio de servicios sexuales, cosa que hasta ahora nunca contraté. “No soy un escort, abrí este perfil porque me pareció divertido. Pero no soy un escort. Querés que nos veamos?”, repetía. El sujeto declaraba 20 años, 195 cm y 76 kg, lo que sumado al “scandinavian” del nombre avivó mi curiosidad e interés. Su premura por encontrarse esa misma noche (ya eran las dos de la mañana) y que no tuviera una sola foto en su perfil, en cambio, despertaron mi alarma.
   Finalmente me mandó un par de fotos a mi correo electrónico en las que se veía espléndido (en una de ellas, con los ojos vendados mientras se metía una verga en la boca) y que junto a la presión que ejercía para encontrarnos “esa misma noche” me hicieron ceder. Le di mi calle y número, pero me reservé el timbre (precaución que hasta entonces nunca había considerado necesaria) por temor a que fuera un sacado o alguien desagradable. Después me fui a dormir. Ya he tenido la experiencia de alguien que dice “voy” y jamás aparece, y encima estaba cansadísimo. Si viene me despierta el teléfono, pensé. Y así ocurrió. Tras lo cual me asomé al balcón a pesar de lo frío de la noche y vi un sujeto delgado, vestido de gamulán con capucha -ya empezaba a estar fresco Berlín- y zapatos puntiagudos de elfo, que miraba la pantalla de su teléfono a la espera de una respuesta. Le abrí.
   Cuando lo tuve frente a mí me sorprendieron sus ojos, la sonrisa fresca y divertida y el corte a la taza de su abundante pelo lacio y rubión (aunque no llega a ser blondo, sólo castaño claro). Lo hice pasar y cuando se quitó la ropa pude ver su cuerpo largo y flexible, la piel todavía adolescente, su innegable hermosura. Él debe haber encontrado también virtudes en mí, dado el inmediato apego que me manifestó y lo bien que lo pasamos. Se quedó a dormir (no me soltó en toda la noche), y cuando a la mañana siguiente se fue después de negarse a tomar un desayuno (creo que yo ese jueves tenía que ir a trabajar, y él se negó a probar algo más que distintas secciones de mi cuerpo), quedamos en volver a vernos. No había caído aun la noche en la capital alemana que ya tenía un par de mensajitos suyos en mi móvil. Así empezó el amor.

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