Así empieza el amor
Desde
hace años tengo un perfil en un sitio de contactos sexuales entre
hombres. En los primeros tiempos pasaba horas (perdía horas) en
busca de un joven agradable dispuesto a compartir un buen momento en
bolas. Ahora me limito a tener abierto el perfil (estar online) y ver
quién me visita o me manda mensajes.
Hace
tres meses, todavía en Berlín, tras volver a mi casa ya en las
primeras horas de un jueves después de la sesión semanal de canto
con el coro, me puse a boludear y ver quién me había visitado, como
quien lee para juntar sueño. En eso apareció un sacado con el
nombre “scandinavian boy” que me bombardeaba con mensajes y
parecía desesperado por encontrarse. “No busco escorts, gracias”,
le contesté de una: su perfil tenía el signo $ propio de quienes
reciben dinero a cambio de servicios sexuales, cosa que hasta ahora
nunca contraté. “No soy un escort, abrí este perfil porque me
pareció divertido. Pero no soy un escort. Querés que nos veamos?”,
repetía. El sujeto declaraba 20 años, 195 cm y 76 kg, lo que sumado
al “scandinavian” del nombre avivó mi curiosidad e interés. Su
premura por encontrarse esa misma noche (ya eran las dos de la
mañana) y que no tuviera una sola foto en su perfil, en cambio,
despertaron mi alarma.
Finalmente
me mandó un par de fotos a mi correo electrónico en las que se veía
espléndido (en una de ellas, con los ojos vendados mientras se metía
una verga en la boca) y que junto a la presión que ejercía para
encontrarnos “esa misma noche” me hicieron ceder. Le di mi calle y
número, pero me reservé el timbre (precaución que hasta entonces
nunca había considerado necesaria) por temor a que fuera un sacado o
alguien desagradable. Después me fui a dormir. Ya he tenido la
experiencia de alguien que dice “voy” y jamás aparece, y encima
estaba cansadísimo. Si viene me despierta el teléfono, pensé. Y
así ocurrió. Tras lo cual me asomé al balcón a pesar de lo frío
de la noche y vi un sujeto delgado, vestido de gamulán con capucha
-ya empezaba a estar fresco Berlín- y zapatos puntiagudos de elfo,
que miraba la pantalla de su teléfono a la espera de una respuesta.
Le abrí.
Cuando
lo tuve frente a mí me sorprendieron sus ojos, la sonrisa fresca y
divertida y el corte a la taza de su abundante pelo lacio y rubión
(aunque no llega a ser blondo, sólo castaño claro). Lo hice pasar y
cuando se quitó la ropa pude ver su cuerpo largo y flexible, la piel
todavía adolescente, su innegable hermosura. Él debe haber
encontrado también virtudes en mí, dado el inmediato apego que me
manifestó y lo bien que lo pasamos. Se quedó a dormir (no me soltó
en toda la noche), y cuando a la mañana siguiente se fue después de
negarse a tomar un desayuno (creo que yo ese jueves tenía que ir a
trabajar, y él se negó a probar algo más que distintas secciones
de mi cuerpo), quedamos en volver a vernos. No había caído aun la
noche en la capital alemana que ya tenía un par de mensajitos suyos
en mi móvil. Así empezó el amor.
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