lunes, 21 de marzo de 2011

El principio del tacto


El arte institucionalizado me tiene entre sus concurrentes sólo de modo ocasional y siempre que medie invitación de amigos. Aprendí que es muy poco lo que vale la pena, además de que no hay nada indispensable (Shakespeare, por poner un caso célebre, no había leído a Shakespeare, bache de formación que sin embargo no le impidió escribir la magnífica obra del cisne de Stratford-upon-Avon). Por eso fue inevitable escuchar como se escucha una propaganda los esfuerzos de mi amigo Tito Rolando por persuadirme de no faltar a la apertura de la exposición que montó en la ciudad de México.
-Va a ser un hito no en la historia del arte, sino en la historia de la civilización -me repetía.
El nombre de la muestra era Tacto, sentido que según la presentación escrita por Tito nos habilita por primera vez la estridencia del mundo, al estamparnos en el cuerpo el trance del nacimiento, así como más tarde los orgasmos, el frío y el estar (el ser). En el breve texto, Tito también recuerda o establece que es con el tacto que sentimos el dolor, “todos los dolores, incluso el psíquico”, alardea. Tal inmediatez con lo real lo convierte en “la fuente del miedo y todas sus consecuencias (la civilización)”. Según asegura el texto, “de los cinco sentidos es el menos codificado, el que la civilización menos tocó”: no hay artes táctiles, que sí existen para el resto de los sentidos, aunque sea en la forma inestable y poco formalizada del perfume o la gastronomía.

Hamlet - Así nace el amor VII

   Por motivos que detallaré en otro lugar, en Berlín tenía facilidades para conseguir excelentes ubicaciones en el teatro y la ópera a precios de risa. Como hice con tantos amigos & amantes, ya sea que vivieran en la ciudad o me visitaran, a Hamlet lo invité a acompañarme a la ópera, forma de arte que aprendí a amar y apreciar luego de haber sido figurante (un ser infernal, un espectro oscuro) en una versión de Dr. Faust, de Bussoni. Había conseguido entradas en octava fila, centro, para la menos wagneriana de las óperas de Wagner: la comedia die Meistersinger von Nürnberg, tres actos cuyo desarrollo toma cinco horas.
   Hamlet estaba avisado desde hacía varios días de la función. Sin embargo, la noche anterior tuvo una fiesta no sé dónde, a la que me invitó. Decliné la invitación, y pero él no sólo fue sino que estuvo dándole al vodka all night long y volvió a su casa cerca de las nueve de la mañana. Era domingo, por lo que una función de ópera que dura cinco horas en Alemania empieza a las tres de la tarde, para que la gente pueda irse a su casa a las ocho y empezar la semana a las seis de la mañana del lunes.
   Llegó a tiempo al teatro, pero la trasnochada todavía perduraba en él: los ojos le flameaban y su intoxicación era evidente. Eso no le impidió echarse a mi cuello y besarme con denuedo. La gente miraba. No tanto porque somos dos hombres y nos separa una generación (dado que si hay un ambiente donde la libertad permite cualquier tipo de vínculo, es la ópera), sino por el show de besos, suficiente para imantar las miradas: en la vía pública de Alemania es raro ver gente besuquéandose, y el número de casos disminuye conforme aumentan la edad de los involucrados y el grado de formalidad del sitio. Pero Hamlet es así, y también por eso lo quiero.
   -Si estás muy cansado y no aguantás podés irte; si querés me esperás en casa -le dije, considerando las cinco horas-.
   -¡No, de ningún modo! -aseguró- me voy a quedar con vos hasta el final.
   Aguantó un acto. Y con serias dificultades: transcurridos los primeros 15 minutos bajó la cabeza y se limitó a mirar el parquet entre sus piernas. Cambió de posición varias veces, pero era obvio que buscaba la más comoda no para ver o escuchar, sino para que su largo cuerpo soportara la espera eterna.
   -Pero no, faltaba más. Para qué te vas a torturar -le dije en el entreacto, cuando me preguntó si no me enojaba que se fuera.
   -Es que me siento muy mal -explicó lo evidente.
   Volvimos a dar un espectáculo de besos y se fue. Ahí mismo llamé a una amiga, que llegaría a ver el tercer acto de los maestros cantores, el que dura casi dos horas y es el mejor.
   Cuando volví a mi asiento sin Hamlet, el vecino de butaca me preguntó dónde estaba, por qué se había ido, si se sentía mal. Resultó ser un crítico de música domiciliado en Londres, que estaba allí por encargo de una revista especializada de habla inglesa. Estaba en compañía de su mujer, una alemana de lo más simpática, y al irse me dio su tarjeta y me pidió que no dejara de hablarlo, para encontrarnos algún día.
   Su amabilidad me mostró una vez más que nuestras efusiones provocan lo contrario del rechazo. Es que la gente admira la libertad, la juventud, y la belleza, algo que todavía estamos en condiciones de simular con mi chico.

lunes, 7 de marzo de 2011

libertad

   Integro el 0,3 por ciento de las personas más libres del mundo, que en este caso es el mundo occidental, dado que el de libertad es un concepto que sólo tiene sentido en el marco de nuestra civilización -donde se inventó-. Lo que pase en otras es inaccesible, ¿alguien puede discutirlo? Ahora tengo que reducir el porcentaje. ¿Qué me falta para eso? ¿coraje? ¿dinero? ¿verdad?
   La buena salud es una condición sine qua non, aunque también puede sostenerse que un problema de salud limitante en algún sentido equivale a un nuevo punto de partida desde el cual la libertad es igualmente alcanzable (y que en definitiva la salud nunca se alcanza, pues hacerlo equivaldría a la inmortalidad).  Me permito dudarlo: la salud -su necesidad o falta-  nos devuelve de modo inolvidable a la biología, y con ella a la primera y más determinante de todas las prisiones: la muerte, que es lo real, nuestra compañera más permanente, de la que luchamos por librarnos desde el principio de los tiempos.
   Conozco sólo una sola mujer que habla y piensa desde fuera de la biología, que no casualmente es también el argumento -la razón, difusamente presentada, y sobre todo abstraída de su carácter de invención civilizacional- que el oscurantismo esgrime una y otra vez en sus intentos de sofocar las libertades de crear y amar.

domingo, 6 de marzo de 2011

Hamlet - Así nace el amor VI


¡somos novios!
   Un día Hamlet me invitó a su casa a cenar, en parte para espejar las muchas veces que comía en casa cosas sencillas o complejas, en todo caso siempre brindadas con el mayor cariño. Preparó unas albóndigas sofritas, puré, y no me acuerdo qué más. No puedo decir que estuviera delicioso (creo que no es mi tipo de comida; su universo culinario todavía es el del adolescente que es, un poco trash), pero puso tanto empeño en mostrarme su amor que me conmovió profundamente. Tomamos bastante vino (le había preguntado por el portero eléctrico, al llegar, qué prefería, y me mandó a comprar). Después de cenar nos fuimos a la cama.

   -Sos el primer novio que tengo, y el más lindo de todos -le dije sin mentir, hablándole en su boca-.

   -¿Soy tu novio? ¿soy tu novio? ¿soy tu novio? -contestó riéndose, subiendo un tono en la escala musical con cada repetición de la pregunta.
   A partir de ese momento empezó a llamarme “my boyfriend”, a firmar “your BF” los mensajes, a presentarme así ante sus amigos, conocidos, etc. Para mí todo tenía el tono de un juego divertido, que por otro lado jugaba animadamente, con la conciencia extraña de que sus días estaban contados por mi próximo cambio de continente.

jueves, 3 de marzo de 2011

Hamlet - Así nace el amor V


Los días contados

   Transcurridos los cuatro días de visita paterna, Hamlet volvió a dormir a casa periódicamente.
   -I love you -me repetía, de lo más amoroso, una y otra vez, mirándome a los ojos.
   -I love you too -contestaba yo, aunque sobre todo para no cometer la torpeza de echar agua fría en su inflamación, que hacía posible tantos buenos momentos-; con todo mi corazón.
   -Qué lástima que te vas a vivir a la Argentina en tres meses.
   -¿Cómo sabés que me voy? ¿Quién te dijo? -respondí alarmado.
   La respuesta era obvia, pero yo no recordaba el momento en que se lo había contado. Encima, justamente ese día había estado considerando que no tenía sentido hacerlo, pues la noción de partida inminente daría una dimensión de falso apasionamiento a nuestro amor, que de lo contrario encontraría su verdad en la rutina de una relación destinada a extinguirse. Pero el error ya se había cometido: la noche de nuestro primer encuentro, al presentarnos, se lo había dicho del modo más despreocupado, con la idea de que con él, como con tantes, tendría una relación pasajera.
   A partir de ese momento, la despedida pasó a pender sobre nosotros, y nunca dejó de sentirse.

martes, 1 de marzo de 2011

territorio nacional


   Respondo la invitación a una de las bodas de la década, la primera entre dos hombres que me toca en territorio nacional:

   "Queridos contrayentes:
   Confirmo, como se solicitara, que celebraré con ustedes lo que se anticipa como uno de los grandes enlaces de la década. Siempre que no haya indicación en contrario, llegaré acompañado de Hamlet, y ambos contribuiremos con lo mejor de nosotros a que la fiesta sea mítica.
   En los próximos días les envío el certificado de depósito en la cuenta de regalos.
   Abrazos y augurios de más dicha"

   La firma

Hamlet - Así nace el amor IV

   Una vez superado el escollo del ex PM, que de todos modos marcó un hito y se transformaría en repetido objeto de evocación y comentario, en general de tono jocoso, la relación con el escandinavo entró en otro carril. Su insistencia en vernos y la cantidad de mensajes que me envía sólo se explican, pensaba yo, porque este chico, al no tener ocupación, goza de un exceso de tiempo libre. Así como la fascinación que manifiesta por mi persona responde a que acaba de llegar: en cuanto vea los muchos que como yo pululan por la capital alemana, que encima me superan en belleza, freakez y velocidad (en talento sólo un puñado difícil de determinar, o tal vez ninguno), me dirá adiós te recordaré mucho e irá en busca de otra piedra en que frotarse.

   Y de hecho, hubo un episodio que me sugirió que ya lo estaba haciendo: una noche llegó a casa mucho más tarde de lo anunciado y tras darme apenas un beso mariposa se tiró a dormir a mi lado, sin sacar a relucir nada de su habitual fogosidad.

   -¿De dónde venís? -le pregunté entredormido.

   -De la casa de un amigo. Un pintor. Bah, dice él que es pintor -hizo un gesto de desprecio-. Un rumano.

   Hasta ese momento no había mencionado que tuviera un amigo pintor ni rumano, aunque me había detallado repetidamente su vida social en Berlín, algo muy fácil dado su completo raquitismo. Tampoco volvió a mencionarlo después. Ignoro lo que es sentir celos, no pienso en términos de fidelidad (pocas nociones me son más extrañas) y además no estoy en condiciones de exigir nada del estilo a nadie, por lo que me dormí tranquilamente y, tal como él, no volví a mencionar el tema.

   Como sea, empezamos a vernos varias veces por semana, e incluso le di una copia de las llaves de mi casa.

   -Vení cuando quieras -le dije.

   -Me encanta que nos veamos en otro sitio que no sea tu casa -me dijo él un día, dejando claro que no me consideraba un objeto exclusivamente sexual. Su declaración respondía puntualmente a la visita que hicimos juntos a una las exposiciones más sonadas de la temporada cultural alemana: Hilter y los Alemanes, en el Museo Histórico de Berlín, a cuya inauguración lo invité. Eran los días en que mi casa conocía la primera y última visita de mi padre, lo que me frenaba de invitar a Hamlet a dormir. Fue esa exposición, por otro lado, el primer sitio público de concurrencia masiva donde me besé amorosamente con un hombre  -quiero decir un sitio que no fuera una disco o un bar donde también otros lo hacían-. Nunca había tenido la oportunidad.

   -Me acaba de mandar un sms un amigovio que tengo. Tiene 20 años -le anuncié días después a mi padre en un café, bajo el sol helado de Berlín.

   -Me parece muy mal.
   -Porque sos de derecha -contesté. Días antes había mencionado a Hamlet como al pasar, sin especificar que compartíamos la cama. Así se prepara el terreno. 

   Mi viejo no dijo una palabra más, aunque sé por años de tratarlo que registró hasta el último detalle de la plática. Pero a él le cuesta -y a mí con él un poco también- tocar temas sensibles.