jueves, 2 de junio de 2011

pequeñas muertes


  Si bien es posible que se deba exclusivamente a mis limitaciones, hasta ahora no he conseguido entender el símil mediante el que se designa “muerte chiquita” (petite mort) al orgasmo: en los muchos que tuve en mi vida, con sus tremendas diferencias en los aspectos más diversos, no reconozco algo que se deje describir de modo concluyente con la metáfora, lo que me hace dudar de su justeza o considerarla una exageración (por otro lado, no es del todo claro a lo que se refiere: hay fuentes según las cuales designa los momentos posteriores al orgasmo propiamente dicho, lo que haría de la pequeña muerte no una experiencia extática sino un entresueño o adormecimiento posterior al clímax, algo que todos conocemos).
   Hay otras fuentes (muchas) que ofrecen sin embargo otra explicación: la muerte menor es de exclusividad femenina: sólo ellas experimentan en el momento de acabar un fogonazo, ausencia o arrebato tal que puede considerarse una versión menor de la muerte (sólo ellas tienen a su alcance el orgasmo). La pija, con toda su potencia, no participaría según esto de la magia (y no en vano lo mejor que puede pasarle a una pija no es acabar sino estar dura). ¿Qué pasa con los hombres que se hacen coger? Testimonios sugieren que también ellos comparten el privilegio. Tal vez fue uno de ellos el que inventó la metáfora, asociable a esa otra, que por su cuyo cuño religioso nunca me simpatizó, “verle la cara a Dios”.
   Por otro lado. Aunque no está entre mis objetivos ser padre, estoy convencido de que si fuera mujer haría cualquier cosa por gestar un hijo. No por el niño en sí, algo que ya abunda en el mundo, sino por el hecho de tenerlo nueve meses en el cuerpo y sentirlo crecer, darle carne. El embarazo (que empieza en el garche y termina en el parto) encarna la mayor subordinación a la biología (más fascista todavía que la lengua) que conoce la vida social: copa el cuerpo de la mujer con toda su violencia y necesidades, y no hay modo de sustraerse a sus muchos condicionamientos.
   Se podrá considerar que grandes heridas o enfermedades son equiparables, pero la diferencia es que el embarazo está inscripto como necesidad en la carne de la especie, mientras que lo otro son accidentes -un anticipo de la muerte-. Se podrán mencionar las necesidades de respirar, comer, cagar y mear como hechos equivalentes y universales, pero para mí son incomparables, justamente por lo que tiene de excepcional brutalidad el embarazo (si bien es innegable que estas carácterísticas pueden considerarse relativamente recientes en la civilización y propias de Occidente). Se podrá considerar por último que es imposible abstraer el embarazo de su vida en la cultura, que lo ha regulado, como a todo, pero una cosa no quita la otra.

   Es por eso que el embarazo es la experiencia más cercana a la muerte -ese misterio- que se nos lega como especie (así como la experiencia suprema a nuestro alcance está en la conjunción de sexo y amor, a la que lamentablemente sólo accede una minúscula minoría).
   Si ambas hipótesis son ciertas, su inigualable acceso a lo real (la muerte), es decir, a la verdad, dota a las mujeres de una sabiduría que si no se ha desarrollado hasta su innegable superioridad es sólo porque la fuerza bruta del hombre lo ha impedido. Hasta ahora. El futuro es todo de ellas, seres privilegiados por la biología que, como cualquiera que haya meditado un poco al respecto sabe, es un producto de la civilización.