jueves, 28 de junio de 2012
allá vamos
A contribuir a la mayor obra de arte (también porque es colectiva) que haya existido nunca, a bailar juntos.
lunes, 25 de junio de 2012
fanatismo y hadas en el verano de Turingia
No
pasan 14 horas de mi llegada a Berlín que, el mismo día en que
empieza el verano, estoy de nuevo trasladándome, ahora por la
superficie de la tierra en un utilitario donde también viaja mi
bicicleta, por suerte en bastante buen estado tras tantos meses de faltarle. Se alternan para conducir dos hermanos, martin y friedrich P.
(gran amigo que, por así decir, me ha ofrecido acompañarlo a buscar
muebles ancestrales en el camioncito).
dos hermanos en un castillo barroco,
minutos
antes de ir a bañarnos
|
Nos reciben con una mesa espléndida, donde a la luz
veraniega refulgen las piezas de porcelana inglesa. Una de ellas tiene
70 y pico, la otra veinte años más y mi amigo le atribuye demencia
senil. Eso no le impide llevar la conversación con incisivas
preguntas e intervenciones: cual la reina de inglaterra, asigna los
turnos y elige los temas de la amena plática, durante la cual me es dado leer en voz alta (vorlesen)
una frase hallada al azar en un libro que, cuenta la más veterana,
resultó determinante en relación con la piedad que desde entonces
copó su vida: “Así como el padre metía a todos sus hijos en una
bañera, el hijo [Johann
Georg Hamann, 1730-1788]
quiere poner a prueba a todos, incluido Kant, el crítico de la razón
pura, y llevarlos a bañarse”. Me motiva porque confirma cuánto le
gusta a esta gente compartir el agua y porque, como he previsto, las
hace reír, las sorprende y halaga. Al despedirnos con mucho cariño
la demente le deja a friedrich un bollito de papel en la mano, que
durante el viaje se convierte en un billete de 100 €.
jueves, 14 de junio de 2012
intensidades
Todavía me atrevo a sostener que procurarse intensidades es
una de las vías para tolerar lo real, o sea la (idea de la) muerte. La intensidad puede venir vestida de amor, sexo o dinero,
del vértigo de la fama. O en vez de ropajes bellos y rutilantes
lucir otros tremendos: un accidente mutilador, la ruptura amorosa, la
muerte de un hijo (no se me ocurre ejemplo más extremo: me tocó ver
a mi cuñado, moroso filósofo administrador de emociones,
llorar a mares ante la vista de su hijo en una cama de
hospital, entubado sin poder siquiera hablar; me tocó ver llorar también a
mi hermana, hundida en la angustia de la amenaza fúnebre).
La
busca de intensidad ofrece también explicaciones para el uso de
estimulantes, el sexo salvaje y los deportes extremos: en todos los
casos se procura que algo exterior o interior se apodere los sentidos
(la mente), ya lo sabe la música que aspira a sonar copando orejas.
Como
ocurre cada tanto, mis amigos nucleares me invitan ahora a jugar con
ellos al fútbol. “Si llego a jugar al fútbol termino internado”, me
niego. “Pero con todo lo que vos hacés, que nadás, andás en
bicicleta”, contesta uno, “jugar al fútbol te tiene que
resultar un paseo”; “no para nada”, respondo a mi vez, “la
clave está en la intensidad”. Puedo bailar, nadar etc durante
horas, incluso mantener durante horas una relación sexual (¡deportes de deslizamiento!), pero
siempre en un régimen de baja
intensidad, como si fuera un guerrillero. Cuando ellos practican ese juego ajeno a mi naturaleza
que es el fútbol, en cambio, lo hacen con tal grado de compromiso y
seriedad (con tal intensidad) que mi cuerpo no podría superar el trance.
Dijo GD: ce
serait ça, l'intensité de la chose, qui serait, qui remplacerait son
essence, qui définirait la chose en elle-même: ce serait son
intensité. Y
es que para mí (para nosotros) la intensidad está en el matiz.
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