domingo, 13 de diciembre de 2015

hablando unx se entiende


   -¿Te parece que Hamlet se enojaría si vos (su prima) y yo (su novio) tuviéramos algo sexual?
   -No, para nada -contestó con la velocidad de quien tiene lista la respuesta-.
   -Bueno, yo estoy completamente afín, te aviso.
en pelotas en el campo pintó
   Estábamos las dos desnudas tiradas en sendas reposeras a la sombra de una morera. Diez minutos antes, ya en bolas (ni bien nos quedamos a solas se sacó todo: así de nudistas son estas europeas, y yo no me quedo atrás), nos habíamos fumado mi último porro. Guardó silencio y no tardé en poner otra fichita: espero que mi pregunta no te haya incomodado.
   -No, en absoluto -aseguró- ninguna incomodidad.
   Se levantó para ir a buscar frutas o al baño (muy nudista pero no se atrevió a hacer pis en el pasto) y cambié de lugar las reposeras (algo que veníamos haciendo cada tanto para no perder la sombra de los árboles, que también se movía), que siguieron paralelas compartiendo una misma dirección pero ahora en sentido opuesto: la mía de frente al Norte y la suya hacia el Sur. De modo que cuando volvió a recostarse pude dedicarme a mirar su hermosa concha rozagante y ella -de a ratos al menos supongo- a estudiarme la pija, que iba y venía en los clásicos cambios de estado que exacerban el sol, el calor y el aire libre, cosa que apenas me ocupaba en disimular levantando la pierna que quedaba de su lado en momentos especialmente tensos. Para no ser guarango. Hasta que medio abrió las piernas y abandonó su centro a mi observación descarada.
   -Qué bien se ve tu concha desde acá -dije al cabo de unos minutos, era verdad-.
   -Un punto de vista inmejorable -comentó con una sonrisa.
   -¿La puedo tocar?

después salimos a caminar
   Sentí entonces las henchidas paredes sonrosadas, las superficies mullidas, los bordes multicolores, el clítoris y el punto g. Cuarenta minutos más tarde estábamos a full.
   Más tarde me manifestó dudas sobre su respuesta a la pregunta que había iniciado la deriva. Le dije que por mi parte estaba cien por ciento seguro no sólo de que Hamlet no se iba a molestar sino de que incluso le iba a dar alegría saber que nos habíamos entendido a tal punto, pero se lo había preguntado para sacar el tema y darle una excusa, en caso de que no tuviera interés, para negarse.
  Así fue: estábamos en pelotas en el campo y pintó garchar :)

sábado, 5 de diciembre de 2015

gripe de Yasi en el agua del mate

   En la carpa me quedo en calzoncillos. Me los voy a terminar sacando también para guardarme en la sábana, pero antes acomodo mi bolsa de dormir. Con Friedrich dormimos ya innúmeras veces en la misma carpa, y llegamos incluso a convivir un tiempo en concubinato de a tres con una mujer. Pero desde que se casó y formó familia rechaza cualquier contacto físico que supere un abrazo, lo máximo es el suave beso en los labios que él mismo me coloca de vez en cuando, por ejemplo ahora que está de viaje por Sudamérica. Lo que no quita que al verlo a él también en calzoncillos me den ganas y me acerque y lo abrace para sentir su piel contra la mía, pasarle mis brazos largos por la espalda lisa y chocar los vellos de mi pecho y mis tetillas contra su piel desnuda y lampiña. Lo empujo contra mi cuerpo y él libera una risa nerviosa como de un niño al que se le hicieran cosquillas. La reacción se amplifica cuando con el índice de mi mano izquierda le hago a través del calzoncillo una caricia alrededor del bulto y se lo acaricio después con cierta firmeza. En eso se escucha una retahíla de aullidos puercoespines. Parece que están a metros de la carpa. Mi amigo se queda inmóvil y aflojo el abrazo, retiro mis manos y me voy a mi lado, a mi bolsa de dormir. Que duermas bien, le digo, y pienso en el Yasi, que está ahí cerca escuchando y silbando, preparando su entrada en escena durante la noche. Y sin embargo, sacando un par de veces que el frío o la dureza del suelo me hacen abrir los ojos, o que escucho repetirse tras la bruma el curioso grito, duermo en continuado. 
     Hasta que tempranísimo de mañana me saca del sueño el estruendo de las aves, de increíble potencia, increíble que ensordezcan a tal punto el aire. Me levanto para ir en busca del agua caliente, porque soy adicto al mate. Pero no son todavía las seis y Kunz el Yasi dijo a las seis y media, así que decido esperar y bajo a la orilla del río. El agua corre
la mañana es veloz
a gran velocidad, se nota que bañarse ahí es riesgoso, si bien no sé cuánto si uno es buen nadador. Muchas veces escuché relatos atemorizadores sobre remansos traicioneros que te chupan. El agua se ve tumultuosa. Hay zonas donde se nota que debajo hay movimiento, masas de agua que borbotan con fuerza. Y es lógico pensar que los mismos volúmenes se hundieron previamente con ímpetu parejo y pueden arrastrar un cuerpo de tal modo que ni el mejor nadador consiga sustraerse. 
   A las seis y media me acerco de nuevo a la casa del Yasi a ver si se levantó. Pero todo está cerrado, la puerta con la llave echada. Podría ser que todavía esté durmiendo. Que la gripe le haya impedido levantarse de la cama. Pero también podría ser que no esté, porque si no, para qué echar llave en ese desierto. O que nunca haya estado, aunque eso es difícil porque se quedó con mi termo. A lo mejor está durmiendo. Voy a esperar un poco más. Más cerca de las siete. Dijo que se iba a las siete. Adentro de la casa no hay ruidos, no se escucha nada. Pero a lo mejor está ahí. Acurrucado desnudo bajo las mantas de la gripe. Pasan otros veinte minutos y mi inquietud crece. Porque sigue sin aparecer y sin hacer ruido. Y aunque no haya ido a trabajar debería haberse levantado. En el campo la gente se levanta bien temprano. No tiene nada que ver que esté enfermo. Una cosa es enfermo otra que no se levante. Debe ser que ya se fue. Se fue en mitad de la noche y se llevó mi termo. Es un termo que aprecio mucho. Tiene una calcomanía que reproduce un autorretrato célebre de Frida Kahlo. Cuando mi papá me lo regaló le hice un par de comentarios desdeñosos, que él tomó como signo de desprecio. Pero el termo me gusta cada vez más y lo quiero y no quisiera perderlo por nada. Así que ahora pienso que el Yasi me lo ha robado. Me lo merezco en realidad. Eso es tener plata en un mundo donde hay pobreza: la idea de que los pobres nos van a robar. Es que si yo fuera pobre, si yo fuera el Yasi que está en medio del campo y caen dos extranjeros motorizados con un termo de frida kahlo les robaría todo lo posible y me los comería asados. Por el sólo hecho de que tienen la dentadura completa. Pienso todo esto mientras rodeo la casa, tratando de escuchar algún ruido. En un recodo llego a un lavadero o algo así, un trastero al aire libre, donde encuentro cantidad de objetos desguazados. Restos de un saqueo. O de un naufragio. Son las cosas que el Yasi tira ahí, las partes simples de objetos complejos que no entiende hurtados a sus víctimas. A las siete me decido y doy unos golpes en la puerta en medio del silencio del río. Adentro no hay reacciones, no se oye nada. Sólo el canto de las aves desde los árboles, ya muy mermado en comparación con estruendo lleno de visiones que me despertó antes de las seis. Se fue. El Yasi se fue y nunca más lo veremos. Hasta que sí escucho algo, algo se mueve adentro. Respiro, ¡recuperaré mi termo! Qué idiota soy, qué poca idea tengo. Los ruidos se acercan, la cerradura gira, la puerta de aluminio se abre y adelante tengo al Yasi envuelto en paños verdes que le cubren el pecho y se le enredan por la entrepierna, y junto con él sale una vaharada sofocante de aire húmedo y espeso que me hace retroceder. A sus espaldas los objetos de la mesa forman un remolino tumultuoso, todavía
qué lindo termo
en pleno vuelo. Estoy enfermo, dice con voz selvática, en los ojos una vibración fucsia. Me disculpo por sacarlo de la cama, dice que no por favor y pregunta si vengo en busca del agua caliente. Sí pero no hay apuro, todavía estamos juntando las cosas, tenemos que esperar que se seque la carpa. Porque está empapada por encima y por debajo. Con Friedrich la extendemos sobre la barranca a pleno sol, y un rato después vuelvo a casa del Yasi en busca del agua. Está sentado en su galería tomando su mate. El termo a su lado. Lo señala con el cuerpo. Fuma. Un cigarrillo que acaba de liarse. Mira el río, el sol todavía bajo que se refleja en las aguas extensas del río. El Yasi Kunz. Me ofrece un mate. No, gracias, prefiero no correr el riesgo de contagiarme, le explico. Está bien dice. Se encoge de hombros. Tal vez haya estornudado su gripe en el agua del mate, se me ocurre mientras camino con el ansiado termo. Pero no creo. Eso no lo creo porque el Yasi es bondadoso. Es la bondad misma. Está arrinconado en su historia como cualquiera, habla otra lengua, morirá más joven (o tal vez no, pero da igual).
   Al pasar con el auto ante él para irnos bajamos a saludarlo. Nos sonríe, amable cocinero y calentador del agua, sabedor de que nunca más volverá a vernos y nos olvidará, que pasaremos a integrar los indicios laterales que tiene del resto del mundo, de la gran ciudad donde nunca estuvo, del océano que nunca vio, de otro continente que es otro planeta. Nos sonríe, nos da su bendición de duende.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

guiso de Yasi

   Es un tipo alto, flaco, de ojos azules, que fue rubio y con la derechez de la espalda (curvada para siempre hacia adelante) perdió también la mayoría de los dientes. Tiene orejas puntiagudas y el cuero cabelludo le baja por la nuca como una alfombrita, perdiéndose bajo la remera. Le sirvo vino. Dice que no toma. Se comprometió a cocinarnos un guiso y agita sus ollas sobre el fuego en la noche misionera. Nació en la zona, su mamá tiene la casa cerca y lo mismo que el padre llegó de Brasil, pero mientras el tipo ya se volvió, ella no ha querido. A él mismo le gustaría cruzar la frontera, pero su madre no lo deja. ¿Cómo es el apodo de tu amigo? pregunta. Fritz. Ah, el mío es Kunz. Así me llamaba de chico mi abuela, hablaba alemán nada más, sólo se le podía hablar en alemán. Mis abuelos eran todos de Alemania. Por eso entiendo un poco lo que hablás con tu amigo. Pero un poco. Casi nada. 
   Mientras cuenta abre un paquete de arroz y lo hace llover en la olla donde ya hay cubos de carne y cebolla picada, agrega agua de una pava y pone la tapa. En otra ollita también mal tapada borbota la mandioca. El camping no es mío, el dueño tuvo que ir a operarse y me dejó de cuidador. Yo tengo mi casa acá cerca, con un amigo, pero cuando el viejo no está me vengo. Y tengo tres hijos, todos varones. Edades entre 21 y 17, pero me separé hace tiempo de la madre. Trabajo en plantaciones de tabaco. No pude estudiar aunque yo quería, no pude seguir más allá de la primaria. Me pagan por día, 180 pesos. Pero no creo que mañana vaya a trabajar. Bah, no sé, pero no creo.
cocina de Yasi
   En eso Friedrich mi amigo llega y se sienta a la mesa. En la cara todavía se le marca el terror que lo asaltó hace media hora y le hizo creer que nunca saldrá de la selva ni verá de nuevo a su familia. Se toma el vino servido para Kunz, que acerca la comida. Es un auténtico guiso lleno de sabor. A la mandioca dan ganas de ponerle un buen aceite o manteca, pero sólo hay sal. ¿Vos no comés, Kunz? No, ya cené. Me viene la idea de que nos está envenenando. Qué estupidez, pienso, qué estupideces susurra la paranoia. Pero estamos en tierras del Yasi Yateré. Un duende muy malévolo, incluso asesino, que vivía en los pueblos prehispánicos y después se mudó a Brasil con los negros africanos que se importaban para las plantaciones. Entre los guaraníes era rubio y andaba desnudo; cuando empezó a llamarse Saci en Brasil se hizo negro y pasó a tener sólo una pierna. En las épocas de crueldad desembozada se contaban cosas terribles del Yasi: era degollador, le gustaba amputar miembros, derramar sangre y verla correr. Este alemán es un Yasi, es el Yasi me parece. Cómo no me di cuenta de que es el Yasi y nos va a envenenar para robarnos todo. Es blanco y encorvado, alto, pero los pelos de licántropo que le alfombran el cuello y esas orejas en punta lo hacen un duende. Después nos tirará al río y se irá a dormir a la carpa, a llenarla de su olor a duende en la siesta caliente de Misiones.
    La comida igual está muy buena. Es que el Yasi domina el arte de halagar los sentidos, conoce de hierbas pocimeras. Quién sabe qué le habrá echado al guiso, pero un curioso calor se me difunde por el cuerpo y me toma los brazos y piernas, que están agradablemente pesados. No acepta vino, no acepta nada y mientras estamos sentados a la mesa de madera en su cocina llena de latas y baldes, ventanas que no cierran, un fogón a leña donde harán madriguera los gatos, él va y se sienta en la habitación contigua a ver televisión de Brasil en un plasma XL y cada tanto habla. Le pregunto por los gritos que escuchamos en la ducha. Esos aullidos. Es un, un... un chancho, un chancho espinudo. Un qué, pregunta Friedrich, a quien le
un Yasi fumador
traduzco lo que dice el Yasi, que no saca los ojos de su telenovela. Un erizo, le digo. Mejor habría estado decir puercoespín, la palabra que el Yasi no sabe traducir del portugués más que por sus constituyentes y yo no alcanzo a versionar. Le pregunto a qué hora se va mañana al trabajo. A las siete. Me levanto a las seis y media y a las siete salgo. Ah bueno, te voy a dejar el termo para que le pongas agua caliente por si te vas antes de que nos levantemos, y lo dejás en la mesa, afuera. Sí dice, así si están dormidos cuando me voy igual pueden tomar mate. Asiente con la cabeza y justo en su telenovela alguien grita ¡nao! nao é possivel! Pero no sé si voy a trabajar mañana, agrega. Porque estoy enfermo. Tengo gripe. Me dio gripe por el calor, por el frío, el cambio, el frío ahora, el calor. Bueno, igual te traemos el termo ahora. Y también la plata, te pagamos, por si mañana te vas antes de que nos despertemos. ¿Cuánto te debemos por la cena? Nada. No, cómo nada, decinos así te pagamos. No, nada. No fue nada. Si total todo lo que usé era del viejo. Bueno, no importa, le digo. Te vamos a pagar aunque sea, no sé, algo, 50 pesos. No, no, no me paguen nada. Friedrich, que maneja la caja pero no la lengua, me pregunta cuánta plata trae. Le digo los cien del camping más cincuenta más. Cuando vuelve con los billetes Kunz los toma y los guarda sin siquiera mirar qué le estoy dando. Así son los duendes con la plata.

lunes, 26 de octubre de 2015

época maldita


   A mis problemas cada vez más acuciantes se suma ahora la tragedia de nuestro país sin solución, mi destino sudamericano.
   -¿No querés mudarte a la selva? -ofrecen amigos solidarios y sabedores. Al medio de la selva misionera, detallan, a poner en marcha y gestionar una escuela de castellano para europeos o estadounidenses que quieran aprender el dialecto argentino sobre un fabuloso trasfondo de lianas y sonidos, espesura, calor, vívoras y humedad. 
   

se la devoró la selva
   Como la propuesta es seria, me voy a ver la selva, donde nunca había estado. Y la selva es el mar fuera del agua, con las honduras y el volumen que sueña el campo plano. Como sistema (como trama de vidas) es perfecto: los (árboles y plantas) vivos se alimentan de sus antepasados muertos, cuyo legado será tanto más nutritivo cuanto más próspera y fructífera haya sido su existencia. Lo que evoca la repetida idea de que la selva se devora todo y lo vomita en forma de masa vegetal, que si por su parte se sirve de la energía del sol y el agua no es en plan alimentario, sino como medios para organizarse (y liquidar la entropía). Por eso la selva ha sido siempre refractaria a la Ilustración, amante de los prolijos bosques: en la selva hay masa (que por simple evaporación del agua alcanza alturas que la civilización tardó siglos en explicar) pero no individuos, no hay voluntades árboles (preferidas de los intelectuales) sino el océano de verde y el aire cruzado de luces. La selva ofrece todo, es espejo de cualquier cosa: violencia extrema (la sangre que se estrella contra las piedras, la coral que pica como rayo y mata sin remedio), remolinos y regurgitaciones, los gritos nocturnos de los puercoespines, el rizoma obviamente, y también el candor vegetal.
   ¿Tendré mi próxima morada entre los gritos y susurros de la selva? La idea me tienta, como el olvido y la calma.

viernes, 25 de septiembre de 2015

y ahora, dónde voy a vivir...


    J. Le Carré inventó el proverbio A man who has two loves loses his soul. But a man who has two houses loses his head y lo puso de epígrafe en su novela A perfect Spy (1986), de la que gocé en mi adolescencia -ignoro qué me ocurriría ahora-. No es que tenga yo dos casas (ni siquiera tengo una, aunque tal vez
una obra inolvidable
nunca dejé de tener varias, dispersas por los subcontinentes) pero la que habito adolece de un problema que para la mayoría de mis conocidos es una ambición: le sobra espacio. Seis ambientes amplios de techos lejanos con tres o al menos dos puertas cada uno y altas ventanas de vidrios repartidos que se abren a un balcón perimetral me hacen alternativamente de dormitorio, comedor, living, sala de lectura y biblioteca, atelier, escritorio y salón de danza, microcine y centro de experimentación con drogas según el estado de mi ánimo y la estación del año (el ala sur se pone muy fría entre mayo y agosto, lo que provoca entre otras cosas que tienda a pasar el invierno en Europa, lo que igual me sale a cuenta: tan onerosa es la calefacción). Debo esta situación a que cuando volví al país después de 12 años, dos tías abuelas (casi de la edad de mi madre porque nacieron de un segundo y muy tardío matrimonio de mi bisabuelo) tenían la vasta unidad, de la que son poseedoras mayoritarias, vacía desde hacía cinco.
    -Pago los gastos y me instalo hasta que resuelvan la sucesión- les ofrecí.
    Como me tienen preferencia por sobre toda la otra parentela dijeron que sí tras simular -mal- una consulta con el resto de los herederos.
    Todo iba más o menos bien hasta que semanas atrás una ellas, la que más se mueve, cayó medio de sorpresa (te voy a visitar la semana que viene, dijo y cayó el lunes a las 15:30), acompasándose en su bastón, escudada en su magnífica presencia, recorrió uno a uno los cuartos y quedó horrorizada por el abandono que lucen muchos rincones de su “exquisita propiedad, joya edilicia”, como proyecta escribir en el aviso de venta. Ahora estoy a la espera de las reacciones, porque ellas, a pesar de ejercer una sana curiosidad por los desarrollos más recientes de la vida social (y en particular de mi vida personal), no dejan de ser mujeres muy conservadoras.

jueves, 24 de septiembre de 2015

olimpo o industria

   Finalmente, después de meses de procrastinación y de tenerla abierta en una pestaña de mi navegador (lo que da la medida de mi locura y abatimiento) leo una entrevista en soy (junto con las12, lo mejor que da el diario). Unas líneas llaman mi atención:
             Tengo amigos, en Europa, que consideran positivas esas salidas del   
             closet [de estrellas mundiales del deporte como Michael Sam, Gareth 
             Thomas o Thomas Hitzlsperger]. Yo creo que no expresan sino una 
             huida (más o menos dramática) de un muy rentado Olimpo deportivo 
             hacia un todavía más rentado Olimpo publicitario. Los cuerpos 
             espectaculares del deporte y de la publicidad son, en algún punto, 
             odiosos, porque proponen una norma cerrada y un sistema de 
             jerarquías propiamente olímpico.
   Lo que yo tengo, en cambio, son motivos para sospechar que la divergencia de opinión entre el autor y sus amigxs de Europa responde sobre todo a una cuestión de GPS -es decir, que se inscribe en la eterna lucha -simbólica- entre el centro y la periferia-.
   Al mismo tiempo, el uso tan lábil de la palabra Olimpo amerita un comentario: no hay motivos para discutir que estas estrellas pasen del deporte a la publicidad (aunque podría precisarse que más bien pasan de un ámbito publicitario a otro, dado que lo publicitario es la fuerza constitutiva -la intensidad- de los medios de comunicación, que por su parte hacen el fútbol y demás deportes espectáculo desde hace varias décadas). Pero calificar esos dominios de olimpos es por un lado atribuirles sin más los mismos niveles de elitismo y deseabilidad de que los dota el mainstream, aunque también, en este caso, unos atributos de exigencias de eficacia y excelencia, de aplastamiento y supresión del prójimo (quien carezca de “cuerpos espectaculares” o sus metáforas) del tipo que nos echa encima la reina del pop. De casualidad me tocó ver la final del último mundial de fútbol con el ex jugador alemán internacional que protagonizó el mediático coming out, y me resultó una persona gritona y atormentada, además de transparentar una sospechosa ingenuidad. Alguien que busca su posible nuevo futuro con denuedo desde la cómoda plataforma que le dejó su carrera en el fútbol (dinero, contactos, savoir faire mundano, un nombre). El problema que puede verse en estas salidas del armario (término por lo demás ya muy apolillado, que ha perdido toda precisión) está en la publicidad como régimen, pero no es específico en modo alguno de ellas.
    Por eso, más que Olimpos veo en esos regímenes carreras del capitalismo (pop), probablemente feas en su forma más cúspide, pero que como tales implican para quienes las siguen también grandes tensiones, competidores y empleadores chupasangre, luchas denodadas para alcanzar esas ingentes cantidades de dinero (¿podrá ser que con Olimpo Link se refiera al dinero? No me extrañaría).
    Que estrellas del deporte se declaren disidentes sexuales (aunque la descripción es ambiciosa no es del todo injusta) es tal como yo lo veo importante -fundamental- en relación con las industrias para las que trabajan, tanto para los muchos otros cientos de miles que también viven de ellas (aspecto principal del carácter industrial, siempre obliterado por la cualidad serial de los productos) como, sobre todo, para sus muchísimos consumidores que las hacen tan prósperas. Es fundamental por lo que habilita y porque marca el paso a otra cosa. ¿Por qué no habría de verse en esto algo “positivo”? ¿Sólo porque no nos gusta esa industria, no nos gusta ese mundo? Pero ¿cuál es, cualitativamente, su diferencia con la industria del arte, de la música, de la literatura (de las que viven el reputado crítico y su grupo familiar)? Tal vez sólo que son más feas, siendo al mismo tiempo más bellas que la industria automotriz o la de los agroquímicos, para no mencionar la armamentística. Sin embargo los artistas, herederos de la torre de marfil heredera del genio romántico, creen que son especiales, y que están afuera. Pero el Olimpo es un invento literario, y siempre será de ellxs.

pd: por lo demás, el reputado autor señala que en su último libro (el que publicita la nota, justamente) presenta una teoría del amor. Me da mucha curiosidad, a ver si es la misma que la mía (cuya hebra inicial).

lunes, 31 de agosto de 2015

productividad de la negatividad


   Un viernes del mes pasado me presenté en el cck (qué lugar, cuántos ecos) con idea de escuchar disertar a Roberto Jacoby (uno de los nombres del arte contemporáneo). Pero no había tal disertación (“nooo, yo no me atrevo a dar una conferencia sobre nada”, se atajó, aunque de publicar teoría en revistas especializadas no se priva) sino un curso para el que había que contar con inscripción previa.
   -Te dejamos pasar si te comprometés a venir también los otros tres viernes -me dijo la funcionaria encargada de tomar lista (!)-.
Cumplí mucho mejor que lxs otrxs inscriptxs (que en su mayoría desertaron) y que ella misma, quien después de pedirme en dos ocasiones mi dirección de correo electrónico omitió prolijamente incluirme en la lista de las comunicaciones del seminario.
   En cada uno de los encuentros, Jacoby repitió las siguientes ideas: A) Como en matemática o neurocirugía, en arte la instancia de legitimación más válida -es decir, la que cuenta- es el juicio de los pares, porque son los únicos que están en condiciones de entender. ¿O alguno de nosotros se atrevería a opinar sobre cómo se lleva a cabo una cirugía del cerebro o el desarrollo de un teorema?; B) La denominación “obra” ya no sirve para designar lo que se hace en arte contemporáneo, mucho mejor es hablar de experiencias, procesos, y C) el arte es una actividad inútil, carece de finalidad.
   Sin embargo: la homología de A pasa por alto la distinción entre procedimientos (sí coto exclusivo de expertos) y efectos (las aplicaciones del teorema, el resultado de la cirugía, que alcanzan especialmente a los legos). Es claro que la mirada de los pares es indispensable -porque constituye un diálogo, tal vez el único horizontal-, pero menospreciar las demás empobrece el ambiente. ¿O acaso el mismo razonamiento podría extenderse a la política? Además, ¿tiene sentido la puja por las prerrogativas de legitimización, cuando en definitiva lo que cuenta es otra cosa (unx mismx posiblemente)? Respecto de B, la palabra “obra” se colaba invariablemente en el habla de Jacoby y en la de todos sus oyentes. En vez de perder energía en negarla, ¿por qué no (cuánto lo siento) problematizar sus sentidos (lo que no es nuevo en absoluto, como testimonian las expresiones “obra abierta, obra en proceso, obra-x”, de larga historia etc)? Y en cuanto a C, que exista en todas las sociedades (incluso en animales no humanos, v. gr. las ballenas) sugiere que el arte tiene una finalidad, si bien de naturaleza distinta a la del resto de las actividades humanas, sujeta sin embargo al mismo grado de complejización que ellas (por ejemplo que la inversión financiera, caracterizada por el mismo Jacoby, entre otros modos, por su complejidad). Encima, considerar que el arte es inútil le pone el lomo al latiguillo “ramal que para, ramal que cierra”, tan socorrido en los ‘90. Para combatir ésta y otras mistificaciones -del arte- es más útil pensar el arte en relación con su función (de caracterización discutible pero entidad innegable): así como la de los trenes, la finalidad del arte se definiría por ella.
acv de Ojeiv Ocsav
   Jacoby situó también de manera impecable el funcionamiento del arte como activo en la economía financiera que organiza la generación contemporánea del capitalismo: los mismos que venden las armas con que se ejecutan las matanzas en los sitios calientes del planeta apuestan al arte que narra o denunicia esas matanzas (uno de sus ejemplos recurrentes) como modo de preservar y aumentar sus activos.
   Como sea, nunca fue tanta como hoy la gente que en todo el mundo vivió (del arte), ni nunca se produjo tanto (arte). Arte arte arte, democratizado al punto de que cualquiera puede hacerlo (lo que no quiere decir de ningún modo que cualquiera lo haga). ¿Qué hay de objetable en esta situación? Las vanguardias de antaño impulsaban la ocupación de la vida por el arte, y ahora que ha ocurrido (mostrando lo ingenuo de creer que sería incompatible con ciertas relaciones sociales) las de hoy (entre ellas tal vez el mismo Jacoby) lo lamentan, porque no pueden seguir creyendo en la singularidad que recortaría su actividad de todas las otras, quedando desposeídas de su mística y viéndose obligadas a asumirse como trabajadores.
   Y sin embargo la situación (tanto ubicación como estado) nunca fue mejor, porque nunca estuvo más desarrollada. ¿Cuál es el camino del artista? Trabajar. Para ofrecer a sus coetáneos arte de buena calidad. Y exigir que le paguen por eso. El sistema tiene previsto un sitio incluso para las fugas (igual que para los artistas “inclasificables”). En ese marco, la genialidad es inexorable.
   Por lo demás, no sé de ningún grupo social -sin que esta caracterización sea óbice para singularidades de clase ni país- que viva tan bien como lxs artistas: nadie como ellxs disfruta de la vida ni tiene una relación tan armónica con su propio trabajo ni establece relaciones con otrxs (no sólo, pero sí sobre todo, sus pares) tan ricas y variadas. Nadie goza de mayor libertad. Este éxito, ¿a quién se debe? Y de acuerdo con lo anterior, ¿implica acaso una deuda con el resto de la sociedad, la gran mayoría de gente que en mucha mayor medida son esclavos y que financia el arte? La moral dice que sí.

martes, 4 de agosto de 2015

la experiencia suprema de la vida


   ―¿Te gusta el sexo? ―dijo de pronto Fabiola.
  ―¿Eh...? ―contestó Matildo estupefacto por la franqueza y claridad de la pregunta, que la volvían incomprensible― ¿Qué sexo?
   ―El sexo... tener sexo. Coger.
   ―Sí... me gusta. ¿A vos?
   ―Me encanta ―dijo la chica con el mismo tono que si hubiera dicho “es la una y media”, que debía ser más o menos la hora.
   ―¿Por?
   ―No sé. El motivo no lo sé ―contestó ella con sorprendente cintura―. A vos por qué te gusta.
   ―Qué sé yo ―Matildo se encogió de hombros―. Me dan ganas y es... me va llevando.
   ―Pero la experiencia suprema es el amor ―siguió ella como si él no hubiera hablado, lo cual no era del todo injusto―. O mejor dicho, no: el amor te regala momentos deliciosos, te llena la vida de color y alegría, aunque sobre todo te la llena de ilusión. Pero lo de veras insuperable, la experiencia suprema de la vida, es el sexo con amor... El sexo o el amor, cada uno por separado, alcanzan para vivir y soportar casi todo: el dolor, o mejor dicho la muerte, que al final se lleva todo. Pero los dos juntos son lo supremo, la experiencia máxima a que puede... a que tiene acceso un ser humano. ¿No te parece?
   Matildo consideró la posibilidad de desprenderle la bikini y desnudarla (detrás de los arbustos por si los otros dos volvían in medias res). Pero algo en el curso de la conversación lo hizo suspender la idea. Abrió otra cerveza y se tomó varios tragos de una vez. Después se recostó de nuevo con los brazos a los lados del cuerpo, apoyándose en los codos, mirando el horizonte fulgente más allá de los los pelos y los relieves gomosos de su cuerpo desnudo e hinchado por el calor. En principio Fabiola no le atraía. Era medio regordeta, aunque en ese lugar, con ese calor, con todo lo que tenía a flor de piel, era obvio que podría haberle gustado... Qué estaría pensando ella. Posiblemente no le costaría trabajo llevarla a la situación sexual, después de que ella misma se había puesto a hablar del tema. Pero la verdad es que le faltaba un impulso, un impulso menor habría bastado, siempre que hubiera sido propio. ¿Por qué le faltaba? No sabía.
   ―No sé si alguna vez me tocó esa conjunción ―dijo al fin.

quién no estaría desnudo
   ―No importa, querido, es una idea... ―contestó la chica con tono de quien no encuentra recompensados sus esfuerzos―. La civilización habrá alcanzado su non plus ultra cuando esa experiencia esté al alcance de todos... Además la paciencia facilita muchas cosas. Encarna el espíritu de la civilización. La paciencia y la ansiedad por satisfacerla. Sin ir más lejos es la base del sistema jurídico. La gente se queja de que la justicia es lenta, pero la esencia de la justicia es la morosidad, la dilación indefinida, y la vida sigue tan tranquila mientras los juicios siguen sin fallo... y al final nos morimos todos. Ahora, cuando aparezca el primer inmortal entonces te voy a decir: está más allá.
Después de eso, Fabiola lanzó su vista al horizonte, dejando ver un asomo de sonrisa, como quien disfruta de haber dado una estocada certera. Para quién simula que lo disimula, se preguntó Matildo. Todo parece tan fácil. Podríamos pasar un buen momento. Aunque bien pudiera ser una experiencia insatisfactoria. Otra más.
   ―Por eso pintamos a Juana Azurduy en la lona.
   ―¿Eh?
   ―Era revolucionaria. Según ella cuando estuviera al alcance de todos tener sexo con la persona amada se habrían alcanzado la justicia y la verdad universales. Y obviamente la belleza. Es que era una ilustrada y una revolucionaria, ¿entendés?
   ―¿De dónde sacaste eso? ―preguntó Matildo, para quien la conversación se desarrollaba como una vertiginosa sucesión de umbrales que se le pasan demasiado rápido.
   ―De la misma cajita de fósforos donde venía el retrato, obvio ―dijo ella encogiéndose de hombros―. Y no soporto la gente que se cree que le estás tirando onda todo el tiempo.


Punta Rosita (2005)

martes, 21 de julio de 2015

la prehistoria del sexo

   “En todas las épocas y lugares han existido todas las prácticas sexuales”, repetía hace más de dos décadas un severo profesor de secundario durante su clase de Psicología. Gracias a él supe quién era Foucault cuando aún no se había enfriado su cuerpo (lo que en verdad no data nada, dado que seguirá echando humo al menos durante la próxima década). Y sin embargo, como opinaría cualquier foucoultiano, el aserto sobre la ubicuidad de las prácticas sexuales pasa por alto la singularidad de cada época, e ignora sobre todo la explosión de matices y modos (artes) sexuales que caracteriza la nuestra. Ejemplos burdos -por lo evidentes- son prácticas como el bondage o el petting o el docking, el fisting, las reuniones de masturbación colectiva, el fetiche por los pies o las axilas, el uso de poppers y otras drogas, las transexualidades, las transgeneridades, las juntas -más o menos estables- de más de dos personas, las variantes de familia que no cesan de aparecer y mutar, el travestismo y el sado en general etc etc.
   Bien puede ser que haya habido versiones antecedentes de todo ello, pero las de ahora ven la luz pública y por propia decisión osan decirse un nombre y considerarse prácticas -normarse-. Son otros tantos asteroides en la miríada de rumbos a los que tiende lo sexual, que así se expande desde su núcleo epocal queer ganando formas y adeptos y teorizadores -desarrollándose, codificándose en las salas de chat y videochat, blogs etc-, volviéndose cultura. El sexo deja así -empieza a dejar- de ser la intensidad aterradora o sagrada, la maravilla, el misterio, para convertirse en otra de las tantas formas de relación entre personas y modularse en modos comparables a los de la conversación (“no hay relación sexual”), susceptible de activarse entre dos miembrxs cualesquiera de la sociedad, sin importar qué vínculo haya entre ellxs antes, durante o después. Lo sexual se emancipa -hasta del deseo- y se vuelve de baja intensidad, librándose hasta del imperativo de acabar (la expresión “sexo recreativo” todavía es novedosa, pero 40 años atrás era inconcebible; la sociedad aún no está preparada para asumir la sexualización de las relaciones con lxs niñxs, pero ya la considera el peor crimen -y todavía no ha puesto la mirada en el sexo con animales-). 
   Este jardín de senderos que se bifurcan es uno entre tantos reformateos que sufren las relaciones (sexuales) en su usina actualmente más activa, el universo queer, que a los tiempos actuales es lo que el matrimonio burgués a los inicios de la modernidad: un campo de experimentación y deriva, un campo también de definiciones y territorialización de los cuerpos y las mentes. Desde su explosión permanente, la sexualidad queer escupe sobre el resto del espectro relacional -cuyo eje conservador -¡resistente!- es el estable(cido/, sido,)  heterosexualismo- su novedad y alternancias nutricias.

martes, 26 de mayo de 2015

el piletero convida mate

  Desde que empecé a nadar, hace cuatro años, el guardavidas responde a mis saludos con cara de orto. Eso a pesar de que (lo debo a mi educación no sé si mexicana o alemana) al despedirme agrego un “gracias” para el que no hay ningún motivo. En estos años lo vi saludarse afablemente en la pileta con algunos nadadores y en el vestuario intercambiar gestos o palabras cómplices con otros de un modo que me hizo pensar incluso que no ignora los códigos del sexo entre hombres. No sé si me ve creído o demasiado serio o algún concepto afín, pero todo indica que le parezco un cretino o un pelotudo desagradable. Tal vez sea porque no le presento la revisación médica, pero no creo, nunca la reclamó, como tampoco lo vi decirles nada a los varios que bajan a nadar sin haberse duchado antes (cosa que por mi parte considero una inexcusable falta de etiqueta, ¿qué les hace creer que nos da igual que agreguen al agua que compartimos su suciedad y su sudor?). El conjunto acabó por persuadirme de que su mala onda es una cuestión personal y no el clásico fastidio de quien hace un trabajo a disgusto. Lo lamento. Discretamente, porque ¿cuánto puede importarme caerle bien a un guardavidas al que veo, como muchísimo, una vez a la semana? muy poco.
a ellos les hace bromas
  Recuerdo dos interacciones con él que excedieron el saludo fallido. En una ocasión no había agua fría en el vestuario y era prácticamente imposible usar las duchas sin pelarse la piel, porque la caliente salía a 95 grados. Al bajar al natatorio le pregunté por la situación y me dijo que era un problema sólo del vestuario de hombres.
  -Ah, entonces al salir me ducho en el de mujeres.
 -¡No, no, no! -contestó rápido, ofuscado, sorprendido, como si lo estuviera ofendiendo- cómo vas a hacer eso. Está prohibido.
  Al terminar de nadar, en un recodo que escapa a su campo visual, tomé la bifurcación al vestuario de mujeres. Me sorprendió que las duchas estuvieran en cubículos independientes provistos de una cortinita para guardar la intimidad (en el de hombres son una hilera de regaderas que brotan la pared, de modo que cuando nos duchamos varios al mismo tiempo te salpica el agua que pega en el cuerpo de al lado). No había nadie a la vista (era sábado temprano) y me duché sin problemas, con la cortina cerrada. Al salir vi otras dos duchas ocupadas pero abandoné el vestuario sin que nadie sospechara mi presencia ahí y con la satisfacción de haber hecho lo lógico y correcto (de encontrarme con alguna mujer, lo tenía previsto, me habría disculpado, evitando mirarle las partes). Me fui con la idea de que el guardavidas era un nabo que prefería cumplir con una norma decimonónica a facilitar la solución para el incómodo problema del agua fría.
  El otro intercambio fue en una época en que sacaron el reloj de la pared, instrumento al que recurro mucho porque para medir lo que nado no cuento los metros sino el tiempo: tras media hora ininterrumpida, que cierro con dos largos de mariposa, salgo sin considerar cuántas piletas hice, el número no me importa. Sin el reloj, el único modo de verificar la hora era preguntarla, y en general la persona más a mano para eso era el guardavidas. Me contestaba entre soplidos y encima cualquiera cosa, una hora que no era. El único fin de esta conducta era desalentarme, y lo consiguió: dejé de preguntarle.
  Esto viene a cuento de que hoy fui a nadar. Llegué temprano, apenas ocho minutos después del horario de apertura.
  -Juan se retrasó -me dijo la chica del mostrador-, va a abrir diez y media.
  No es la primera vez que pasa y me senté a esperar, resignado, a Juan. Que resultó ser el guardavidas. Se ve que también tiene a cargo el mantenimiento del natatorio, porque llegó con unos bidones de lavandina de 30 l que tuvo que trasladar desde el estacionamiento hasta la pileta, trayecto largo y accidentado, con varios tramos de escalera. Lentamente, mientras él transportaba bidones, pasé al vestuario y me fui cambiando, me duché y al salir para encarar la pileta vi que subía. Me puse en el paso para que no pudiera evitar el contacto visual.
  -Hola, ¿ya se puede bajar? -pregunté, el tipo me había visto pero con su mirada esquiva no me había dado la oportunidad de saludarlo-.
  -Esperá que termino de no sé qué no se cuánto unas cosas -masculló sin detenerse-.
  Esperé hasta que dio paso, bajé y me quedé muy obediente al lado del agua, igual que otros dos, hasta que terminó con los bidones.
  -Pueden entrar -dijo entonces-.
  Nadé mi media hora guiado por el reloj de pared, que hace poco volvió a su lugar, y salí del agua.
  -Chau, gracias -dije mi saludo de siempre, al pasar ante la mirada errante del hombre.
  -Chau -contestó. 
Pero al segundo, para mi completa sorpresa, agregó: "¿Querés un mate?"
  -¡Buenísimo el mate! -le dije al devolvérselo-.
  Mi entusiasmo y pronunciación estuvieron tal vez un punto más arriba de lo necesario. Pero bueh, es comprensible que después de tantos años de esperar una señal de buena onda haya manifestado una alegría exagerada. Así que el amargo del piletero y guardavidas ahora me convida mate. ¿Será el inicio de una amistad?

viernes, 13 de marzo de 2015

nos reímos todos

   La era en que fui profesor me dejó innúmeros recuerdos. Entre ellos (me lo contaron) un graffiti en el baño de mujeres: Dictu te amo te quiero coger sos el más lindo. Debajo, otra mano vengadora y tal vez más sabia había contestado: pero si es re puto! En otra ocasión, una alumna hermosa y sexi me entregó con el último examen una carta de amor. Se llamaba Noelia, quería estudiar Psicología, y después de ponerle un nueve inicié con ella una relación que duró tal vez dos meses e incluyó un fin de semana en casa de sus padres en Chivilcoy (donde a mis 27 me hicieron dormir en un cuarto aparte). Rarísimo todo, entre otras cosas porque mi corazón estaba tomado desde hacía tiempo. Pero ella nunca lo supo y mi familia jamás la tomó en serio.
dígalo en voz alta así nos reímos todos
   En la misma línea, se acercó al terminar un cuatrimestre una joven con expresión atormentada y se me declaró.
   -Lo único que podría tener con vos es sexo -le contesté con franca aspereza y la esperanza de desalentarla.
   No lo conseguí y fuimos a garchar a mi cama. Una agitación bastante anodina que la habrá hecho sentir poco apreciada -es lo que ocurría-, y nunca más llamó. Ni de su nombre me acuerdo.
   Con muchachos nunca tuve nada, ni siquiera registré alguno que me tirara onda, pero eran otras épocas -al menos para mí- y no tenía la atención puesta en ellos. No me acuerdo de ninguno que me haya inspirado un qué lindo, qué fuerte que está, qué sexi. Qué lástima.1
   Ahora vuelvo a dar clase, lo que me llena de alegría. No en aulas estrictamente universitarias (no lo conseguí), pero sí ante un alumnado terciario. ¿Qué experiencias me dejará este semestre? ¿quiénes serán mis alumnxs? La clase es un performance, un acting donde se cruzan pasionales energías y en el que aún late el animus docens que alcanzó uno de sus hitos en la παιδεία, hace muchos años, en una lejana galazia. Gracias, mi amor.

1 Pero ya he recuperado terreno, el otro día le contaba a un amante que gracias a él entre otros conocidos de los últimos años no tengo la sensación de haberme perdido oportunidades, una época, etc, es decir no tengo la sensación de haber llegado tarde a la fiesta, que tanto se escucha.


domingo, 11 de enero de 2015

la muerte fuerza una definición


   “La mejor vida para un escritor es la que lo lleva a escribir los mejores libros”, anotó Flaubert (al menos según Julian Barnes). El escritor alemán más exitoso de la última década, tres semanas antes de estallarse la cabeza con una 9 mm, sentenció por su parte: “En términos de status, el cáncer de cerebro es el Mercedez Benz de las enfermedades, y entre los tumores cerebrales, el glioblastoma es el Rolls Royce. Si hubiera tenido cáncer de próstata o un resfrío no habría escrito este blog con forma de diario. Ni ninguna otra cosa”. Tres años atrás le habían diagnosticado esa forma suprema de cáncer (“el tumor más común y el más maligno entre las neoplasias de la glía”), y durante el tiempo en que se supo enfermo, conforme sus capacidades cognitivas se iban limando hasta llevarlo a tomar su drástica última decisión, escribió el mayor best-seller de la literatura alemana moderna, una novela “de género” de 500 páginas y el blog-diario donde registró la progresión de su enfermedad y de su ascenso literario. 
   Según los amigos que editaron post mortem suam en forma de libro el blog y otros papeles personales, a partir de que se le declaró el mal “mostró una productividad sin precedentes” que lo llevó a trabajar con mucho más calidad y eficiencia que antes (que lo llevó a la genialidad). Venía de 30 y pico de años de grisitud, parte de ellos como ilustrador. 
estallan los pimpollos
   Este caso de tráfico extremo con la parca me recordó a una reconocida figura de las letras argentinas de hoy, de quien tiempo atrás supe que en algún momento de su largo decurso aventurero se levantó una mañana siendo hiv+, signifique esto lo que sea. Conociéndolx, me cuesta creer que con su astucia y conocimiento del mundo no haya podido evitar esa condición, pero no en una como decisión que le dio ingreso a un régimen de contacto omnipresente con la muerte, un quid pro quo que confirió a su evolución (mental, literaria, de artista) las trazas de una progresión geométrica.
    Que la muerte y el dolor son condiciones para la creación es una idea vieja como el agua (la misma civilización no es resultado de otra cosa). Se justifica en que gracias a ella (que es lo real) el creador llegaría a la sabiduría, condición indispensable para alcanzar ciertas profundidades (acabo de ver casualmente dos capítulos de la serie breaking bad, cuyo disparador argumental es ése: a un hombre sobreadaptado le dan dos años de vida -una sentencia de muerte-. Y eso lo arrastra al conocimiento y a la intensidad).
San La Muerte, San Parca
    Hay también formas indirectas de cesión a la muerte: el acoholismo y la drogadicción por ejemplo, o la adicción al sexo, a la comida. Todas tienen sus cultores, todas se pueden ver como funcionales a los mejores fulgores de determinada gente en determinados momentos.
   En línea paralela (en negativo) hay también quienes se dejaron tomar por la parca porque ya habían hecho todo lo que estaban en condiciones de hacer, y lo que les quedaba era repetición -u otras formas de decadencia y aburrimiento-. Michael Jackson y Cerati son ejemplos del mismo cansancio.
   Sin embargo yo, que también soy artista, escritor, tengo el plan de vivir al menos unos 200 años en la mejor salud, por el simple hecho de lo mucho que disfruto de la vida, incluso en los momentos de mayor tristeza, depresión y abatimiento. ¿O si no por qué no ha muerto hace años Charly García? Porque está más allá (no hay que confundir de todos modos su caso con el de Madonna, cuya perennidad se explicaría porque es nazi, otra forma -la preferida por el capital salvaje- de entregarse). ¿o acaso vivir y crecer no son dolores igualmente agudos? Y mortales.