viernes, 25 de septiembre de 2015

y ahora, dónde voy a vivir...


    J. Le Carré inventó el proverbio A man who has two loves loses his soul. But a man who has two houses loses his head y lo puso de epígrafe en su novela A perfect Spy (1986), de la que gocé en mi adolescencia -ignoro qué me ocurriría ahora-. No es que tenga yo dos casas (ni siquiera tengo una, aunque tal vez
una obra inolvidable
nunca dejé de tener varias, dispersas por los subcontinentes) pero la que habito adolece de un problema que para la mayoría de mis conocidos es una ambición: le sobra espacio. Seis ambientes amplios de techos lejanos con tres o al menos dos puertas cada uno y altas ventanas de vidrios repartidos que se abren a un balcón perimetral me hacen alternativamente de dormitorio, comedor, living, sala de lectura y biblioteca, atelier, escritorio y salón de danza, microcine y centro de experimentación con drogas según el estado de mi ánimo y la estación del año (el ala sur se pone muy fría entre mayo y agosto, lo que provoca entre otras cosas que tienda a pasar el invierno en Europa, lo que igual me sale a cuenta: tan onerosa es la calefacción). Debo esta situación a que cuando volví al país después de 12 años, dos tías abuelas (casi de la edad de mi madre porque nacieron de un segundo y muy tardío matrimonio de mi bisabuelo) tenían la vasta unidad, de la que son poseedoras mayoritarias, vacía desde hacía cinco.
    -Pago los gastos y me instalo hasta que resuelvan la sucesión- les ofrecí.
    Como me tienen preferencia por sobre toda la otra parentela dijeron que sí tras simular -mal- una consulta con el resto de los herederos.
    Todo iba más o menos bien hasta que semanas atrás una ellas, la que más se mueve, cayó medio de sorpresa (te voy a visitar la semana que viene, dijo y cayó el lunes a las 15:30), acompasándose en su bastón, escudada en su magnífica presencia, recorrió uno a uno los cuartos y quedó horrorizada por el abandono que lucen muchos rincones de su “exquisita propiedad, joya edilicia”, como proyecta escribir en el aviso de venta. Ahora estoy a la espera de las reacciones, porque ellas, a pesar de ejercer una sana curiosidad por los desarrollos más recientes de la vida social (y en particular de mi vida personal), no dejan de ser mujeres muy conservadoras.

jueves, 24 de septiembre de 2015

olimpo o industria

   Finalmente, después de meses de procrastinación y de tenerla abierta en una pestaña de mi navegador (lo que da la medida de mi locura y abatimiento) leo una entrevista en soy (junto con las12, lo mejor que da el diario). Unas líneas llaman mi atención:
             Tengo amigos, en Europa, que consideran positivas esas salidas del   
             closet [de estrellas mundiales del deporte como Michael Sam, Gareth 
             Thomas o Thomas Hitzlsperger]. Yo creo que no expresan sino una 
             huida (más o menos dramática) de un muy rentado Olimpo deportivo 
             hacia un todavía más rentado Olimpo publicitario. Los cuerpos 
             espectaculares del deporte y de la publicidad son, en algún punto, 
             odiosos, porque proponen una norma cerrada y un sistema de 
             jerarquías propiamente olímpico.
   Lo que yo tengo, en cambio, son motivos para sospechar que la divergencia de opinión entre el autor y sus amigxs de Europa responde sobre todo a una cuestión de GPS -es decir, que se inscribe en la eterna lucha -simbólica- entre el centro y la periferia-.
   Al mismo tiempo, el uso tan lábil de la palabra Olimpo amerita un comentario: no hay motivos para discutir que estas estrellas pasen del deporte a la publicidad (aunque podría precisarse que más bien pasan de un ámbito publicitario a otro, dado que lo publicitario es la fuerza constitutiva -la intensidad- de los medios de comunicación, que por su parte hacen el fútbol y demás deportes espectáculo desde hace varias décadas). Pero calificar esos dominios de olimpos es por un lado atribuirles sin más los mismos niveles de elitismo y deseabilidad de que los dota el mainstream, aunque también, en este caso, unos atributos de exigencias de eficacia y excelencia, de aplastamiento y supresión del prójimo (quien carezca de “cuerpos espectaculares” o sus metáforas) del tipo que nos echa encima la reina del pop. De casualidad me tocó ver la final del último mundial de fútbol con el ex jugador alemán internacional que protagonizó el mediático coming out, y me resultó una persona gritona y atormentada, además de transparentar una sospechosa ingenuidad. Alguien que busca su posible nuevo futuro con denuedo desde la cómoda plataforma que le dejó su carrera en el fútbol (dinero, contactos, savoir faire mundano, un nombre). El problema que puede verse en estas salidas del armario (término por lo demás ya muy apolillado, que ha perdido toda precisión) está en la publicidad como régimen, pero no es específico en modo alguno de ellas.
    Por eso, más que Olimpos veo en esos regímenes carreras del capitalismo (pop), probablemente feas en su forma más cúspide, pero que como tales implican para quienes las siguen también grandes tensiones, competidores y empleadores chupasangre, luchas denodadas para alcanzar esas ingentes cantidades de dinero (¿podrá ser que con Olimpo Link se refiera al dinero? No me extrañaría).
    Que estrellas del deporte se declaren disidentes sexuales (aunque la descripción es ambiciosa no es del todo injusta) es tal como yo lo veo importante -fundamental- en relación con las industrias para las que trabajan, tanto para los muchos otros cientos de miles que también viven de ellas (aspecto principal del carácter industrial, siempre obliterado por la cualidad serial de los productos) como, sobre todo, para sus muchísimos consumidores que las hacen tan prósperas. Es fundamental por lo que habilita y porque marca el paso a otra cosa. ¿Por qué no habría de verse en esto algo “positivo”? ¿Sólo porque no nos gusta esa industria, no nos gusta ese mundo? Pero ¿cuál es, cualitativamente, su diferencia con la industria del arte, de la música, de la literatura (de las que viven el reputado crítico y su grupo familiar)? Tal vez sólo que son más feas, siendo al mismo tiempo más bellas que la industria automotriz o la de los agroquímicos, para no mencionar la armamentística. Sin embargo los artistas, herederos de la torre de marfil heredera del genio romántico, creen que son especiales, y que están afuera. Pero el Olimpo es un invento literario, y siempre será de ellxs.

pd: por lo demás, el reputado autor señala que en su último libro (el que publicita la nota, justamente) presenta una teoría del amor. Me da mucha curiosidad, a ver si es la misma que la mía (cuya hebra inicial).