lunes, 26 de octubre de 2015

época maldita


   A mis problemas cada vez más acuciantes se suma ahora la tragedia de nuestro país sin solución, mi destino sudamericano.
   -¿No querés mudarte a la selva? -ofrecen amigos solidarios y sabedores. Al medio de la selva misionera, detallan, a poner en marcha y gestionar una escuela de castellano para europeos o estadounidenses que quieran aprender el dialecto argentino sobre un fabuloso trasfondo de lianas y sonidos, espesura, calor, vívoras y humedad. 
   

se la devoró la selva
   Como la propuesta es seria, me voy a ver la selva, donde nunca había estado. Y la selva es el mar fuera del agua, con las honduras y el volumen que sueña el campo plano. Como sistema (como trama de vidas) es perfecto: los (árboles y plantas) vivos se alimentan de sus antepasados muertos, cuyo legado será tanto más nutritivo cuanto más próspera y fructífera haya sido su existencia. Lo que evoca la repetida idea de que la selva se devora todo y lo vomita en forma de masa vegetal, que si por su parte se sirve de la energía del sol y el agua no es en plan alimentario, sino como medios para organizarse (y liquidar la entropía). Por eso la selva ha sido siempre refractaria a la Ilustración, amante de los prolijos bosques: en la selva hay masa (que por simple evaporación del agua alcanza alturas que la civilización tardó siglos en explicar) pero no individuos, no hay voluntades árboles (preferidas de los intelectuales) sino el océano de verde y el aire cruzado de luces. La selva ofrece todo, es espejo de cualquier cosa: violencia extrema (la sangre que se estrella contra las piedras, la coral que pica como rayo y mata sin remedio), remolinos y regurgitaciones, los gritos nocturnos de los puercoespines, el rizoma obviamente, y también el candor vegetal.
   ¿Tendré mi próxima morada entre los gritos y susurros de la selva? La idea me tienta, como el olvido y la calma.