qué mirás. dame ropa |
lunes, 9 de octubre de 2017
Ser lobo
En una plaza en el norte un poco al oeste de la ciudad encuentro inesperadamente a un amigo de otras épocas. Casi no lo reconozco, y por los mismos motivos que me impiden dejar de mirarlo: no tiene otra ropa que algo que seguro no es un pedazo de arpillera pero lo imita muy bien, y con eso se cubre las partes más íntimas pero sin dar impresión tampoco de mucho cuidado. Encima está en cuatro patas, en un área de vegetación muy nutrida, donde hay también alambres y postes caídos entre los árboles y pastizales. Lo acompaña un joven (un muchacho) igual de desvestido y en la misma postura. Los dos andan entre las plantas llenándose de barro. Pueden hacerlo compenetrados porque a esa parte del parque no va casi nadie, y además es el último rato de luz, día de semana. Me quedo imantado por ese comportamiento sorprendente en alguien que (me consta) es entre otras cosas multimillonario en dólares (por herencia). Se desplazan con las manos y las rodillas en el barro, bajan la cabeza como si olieran, también se tocan con los cuerpos, el costado del cuerpo de uno contra el del otro, o los hombros y los
brazos, todo sin abandonar las cuatro patas. Hasta que se levantan y caminan en dos pies como uno imagina que andan en general. El que conozco se pone una bata y el otro se viste de jeans, remera y suéter, todo eso sobre la piel sucia de barro. El más joven es un chico flaco y rubión con el pelo lacio pajizo y pinta de extranjero o si es de acá de haberse criado en San Isidro o del estilo. Se despiden y se va. Mi amigo acomoda pertenencias en su mochila, y se viste también. Me le acerco y lo saludo, se sorprende al verme -pero no se alegra, incluso parece molesto-. ¿Qué estaban haciendo? le pregunto con la confianza que siempre tuve. Estoy dando un curso, ése es mi alumno, responde. ¿Un curso? de qué. De ser lobo. Este chico siempre me sorprende. ¿Y cómo conseguiste tu alumno? No contesta y agrego: lo publicaste en internet. Me mira, asiente vagamente. Es un principiante, detalla. ¿Cuánto te paga? Cien euros la hora. Una fortuna. ¿El curso incluye olores, olidas? Lo único que se me ocurre de la vida de los lobos. Sí, en las evacuaciones, contesta con terminología que rubrica su expertise.
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jueves, 8 de junio de 2017
contra natura
Termino de nadar mi media hora semanal (desde hace tiempo creo que el
exceso de deporte es dañino) y subo a las duchas, que suelo usar
como spa durante otra media por sus aguas caudalosas y la amplitud de
temperaturas que ofrecen, y no menos por su atractiva estructura
descompartimentada, old style. Pero es todavía muy de mañana y no
hay otra gente en ese espacio abundante en caños, cuya mayor
diferencia con lo que fue cuando Perón lo inauguró en 1949 debe ser
el resultado de la entropía, así que estoy solo, recibiendo el
chorro sobre la nuca (en esas duchas se robaron hace ya tiempo todas
las flores) cuando aparecen el chico y su cuidador.
60 canillos y 0 flor |
Ya los vi en el vestuario antes de nadar, pero como estaba
concentrado en cambiarme reparo en ellos recién ahora,
retroactivamente: un joven de veinte y algo en compañía de un
adulto que dobla holgadamente su edad. El chico tiene algún tipo de
retraso, no presenta los clásicos rasgos mongoloides, aunque sí un
cuerpo que parece no haber sido sujeto de ninguno de los
disciplinamientos que vienen instruyendo poses andares y looks en el
mío y los de mis amigxs. El suyo parece haber quedado abandonado a
su proliferación. En la contingencia. En la pileta, mientras en
todos los andariveles había tres nadadorxs, el chico con su padre o
tutor o encargado tenían uno exclusivo. No sé por qué nadie más
nadaba con ellos, de quien fue la decisión.
inigualable obra de la entropía |
El muchacho trata de abrir una canilla cerrada con alambre. Ahí no
podés, le digo, pregunta por qué, porque están rotas, fuera de
servicio, tenés que ir ahí o ahí (le señalo dos posibilidades);
bañate acá, le indica el hombre señalándole el lugar que justo
frente al mío y me dedica una sonrisa que habilita no sé qué. El
chico se quita con mucha dificultad la malla, tarda minutos durante
los que puedo ver su cuerpo de espaldas, es el caso más extremo de
antihegemonía estética que recuerdo. Tiene un elástico alrededor
de la cintura que no se saca, debe ser para la malla, estará suelta,
razono vagamente. Pero cuando se da vuelta desnudo veo que lo usa
para sostener una bolsita impermeable clara y chata, un portavalores
tipo el que usan los turistas para obstaculizar el carterismo. Sin
embargo yerro de nuevo: no es eso sino la saca recogedora de un ano
artificial, que a juzgar por el abultamiento del abdomen del chico
debe incluir también una parte interna voluminosa y rígida. Quién
sabe a qué manoseos habrá sido sometido ese joven cuerpo que para
ducharse no se quita las antiparras, sin ellas no puede enfrentar las
gotas que le caen sobre los ojos. Me pregunto si las juntas del
sistema contra natura serán herméticas o, al contrario,
tendrán pérdidas, y si quienes nadamos en las mismas aguas lo
haremos entre restos de digestión del muchacho. Pero inmediatamente
recuerdo que muchos anos a natura también tienen pérdidas, y
que encima han de ser muchxs más quienes llegan a la pileta con sus
anos en condiciones que uno difícilmente juzgaría ideales (por
suerte en la pileta sobra el cloro, pienso con alivio). Así que el
chico no representa nada especial en ese aspecto, sino otra cosa,
como un ejemplo de humanitas. Él y su acompañante abandonan
rápido el sector donde yo me demoro, dejándome otra vez a la
espera, pero mientras se están secando unos metros más allá el
chico grita “las brujas de Inglaterra, las brujas de Inglaterra”
y acto seguido pronuncia una secuencia de sonidos muy variados en
articulación, entonación, altura. ¿Así hablan las brujas de
Inglaterra?, le pregunta el hombre con tono de interés. Él dice que
sí. Sé tres o cuatro idiomas, estudié latín y rudimentos de
griego, y me pareció harto verosímil.
lunes, 29 de mayo de 2017
Llanto en el cck
Me
cuenta un
amigo que entre los
animales
que crió en su casa de
Ramos hubo un
lagarto overo: me lo regaló
mi papá muy
chiquito y
creció hasta medir
más de
un metro. Vivió siete
años en el fondo de casa
y murió
en dos etapas: un día tenía paralizadas las patas y la cola,
dos días más
tarde todo lo demás.
Es posible que lo haya matado el frío, me dijo el veterinario.
Comía huevos, se los dábamos crudos con un agujero y él los
vaciaba, viste que los
lagartos tienen esa
lengua tan
reptiliana.
Cuando me
lo regalaron tuve
que tapar todos los huecos del cerco, los pozos por los que podría
haberse escapado. Lo cuidé
mucho, lo cuidaba mucho, le
compré una plancha térmica que se conectaba a la corriente y se
calentaba: él se echaba encima. De chico se dejaba tocar, cuando
creció se volvió más arisco. ¿Conoció
algún congénere? No, nunca
vio un par, era macho,
aunque
sólo por suposición. Se
llamaba Uriel.
no es la libertad, es otro |
paisajes de catamarca |
En
este
marco (en
realidad ése
es el marco)
resulta
inevitable
-necesario-
obliterar
también por
completo el
carácter industrial del arte y su funcionamiento como una rama más
de la industria del entretenimiento: las guías nos llevan
por una sucesión de obras
transparentes, portadoras de un mensaje cerrado (no importa cuál)
que no entablan relación
alguna con el sitio donde están ni con su régimen de uso, que
refieren a una verdad exterior, y ante todo, ajena. Lloro
en medio de la ciudad y
viajo por un jardín
florido, entre rascacielos y trigos, por los pasillos que recorren las reses camino al matadero, y en las nubes veo a Uriel, lo
ausculta el veterinario.
entretenidos globos para caminar en medio |
lunes, 6 de febrero de 2017
CDMX
Será
un regreso bastante endiablado, muy potente. creativo, cuestionador,
convulsionado, supone un corte una transmutación, será un viaje
con mucha intensidad, energético. Hay que tener en cuenta los pro y los contra de esta intensidad. Dijo
el
tarot
de
Meroro
Quiezele
¿Cómo se vuelve a los lugares donde la locura y el amor desesperado
dejaron su impronta indeleble en el cuerpo y la mente? Lugares que
todavía muchos años después de haber quedado atrás siguen
marcando un tic tic en las entrañas, un tic tic de terror y piedad
porque guardan esquirlas de felicidad y dolor hasta entonces
ignorados, de indestructible loca juventud.
Desde que me fui,
las formas del regreso visitaron brumosas mis amaneceres, pero
horizontes más recientes y ordenados -menos aturdidores para un alma
vaga y vapuleada- tenían más poder y ganaban una y otra vez la compulsa.
Hasta ahora. Porque ahora la muerte, haciendo ondear su estandarte de tristeza, hizo que ya esté pisando de nuevo los viejos sitios donde amó la vida y tejió tantos sueños, donde viví
en la posibilidad y enterré una vida: la ciudad que me enredó en la trama de sus líneas de metro, que me vio hacerme hombre (y
mujer), la más enloquecida y delirante de las que conocí, la gran
capital de la hispanidad.
Atrapada por su pasado (suéltame pasado) |
Y sin embargo la ciudad a la que vuelvo después de 15 años ya no existe: me fui del DF y estoy ahora en la Ciudad de México. Que por lo demás
se reconoce en casi todo, si bien como la mayoría de las ciudades siguió mutando en su particular régimen de acumulación.
Lo muestra la Cineteca, engrandecida de un modo que hace honor a lo
más granado de su tradición arquitectónica.
martes, 10 de enero de 2017
se escucha en el cine - ¡nueva sección!
hoy: cuentos de la selva
Ir solo al cine es una experiencia que me acompaña desde la adolescencia. Se modula en cada película, pero también en la sala, sus olores y colores, las butacas y en el hecho, tan característico de mi vida, de andar suelto. A esos estímulos recurrentes se suma uno tan irrepetible como cada título pero, al contrario de ellos, aleatorio e imprevisible: las conversaciones que se escuchan en la sala. Las define el momento de relax incomparable en el que ocurren, el de la espera conjunta para un disfrute más bien moderado, un momento que carece de la excitación que implica por ejemplo el preembarque de un vuelo (donde es fácil percibir una fibra exhibitoria, la tensión en la observación de los otros) o el ingreso a un concierto en gran escala (teñido de la excepcionalidad de destinar toda esa energía a participar en un acontecimiento colectivo). Eso les da un carácter extrañamente privado.
Siempre que pesco una conversación me figuro a sus protagonistas, y alguna vez hasta esperé al final de la proyección para darme vuelta y ver sus rostros. Una y otra vez yerro en variables tan básicas como edad, estilo, grupo de pertenencia social. Éstas eran dos ancianas:
-Hace poco volví a leer la novela ésa de tu amigo.
-Cuál...
-Ya sabés cuál.
-La de la selva.
-Obvio. La que cuenta la historia de ustedes.
-¿Qué historia decís?
-La de ustedes dos en ese viaje.
-Ah... sí.
-Ese hombre sí que te amo eh.
-Sí, puede ser.
-Es precioso ese libro.
-Pero yo te amo a vos.
-Ya sé.
Siempre que pesco una conversación me figuro a sus protagonistas, y alguna vez hasta esperé al final de la proyección para darme vuelta y ver sus rostros. Una y otra vez yerro en variables tan básicas como edad, estilo, grupo de pertenencia social. Éstas eran dos ancianas:
-Hace poco volví a leer la novela ésa de tu amigo.
-Cuál...
-Ya sabés cuál.
-La de la selva.
-Obvio. La que cuenta la historia de ustedes.
-¿Qué historia decís?
-La de ustedes dos en ese viaje.
-Ah... sí.
-Ese hombre sí que te amo eh.
-Sí, puede ser.
-Es precioso ese libro.
-Pero yo te amo a vos.
-Ya sé.
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