lunes, 6 de febrero de 2017

CDMX

Será un regreso bastante endiablado, muy potente. creativo, cuestionador, convulsionado, supone un corte una transmutación, será un viaje con mucha intensidad, energético. Hay que tener en cuenta los pro y los contra de esta intensidad. Dijo el tarot de Meroro Quiezele

   ¿Cómo se vuelve a los lugares donde la locura y el amor desesperado dejaron su impronta indeleble en el cuerpo y la mente? Lugares que todavía muchos años después de haber quedado atrás siguen marcando un tic tic en las entrañas, un tic tic de terror y piedad porque guardan esquirlas de felicidad y dolor hasta entonces ignorados, de indestructible loca juventud. 
   Desde que me fui, las formas del regreso visitaron brumosas mis amaneceres, pero horizontes más recientes y ordenados -menos aturdidores para un alma vaga y vapuleada- tenían más poder y ganaban una y otra vez la compulsa. 
   Hasta ahora. Porque ahora la muerte, haciendo ondear su estandarte de tristeza, hizo que ya esté pisando de nuevo los viejos sitios donde amó la vida y tejió tantos sueños, donde viví en la posibilidad y enterré una vida: la ciudad que me enredó en la trama de sus líneas de metro, que me vio hacerme hombre (y mujer), la más enloquecida y delirante de las que conocí, la gran capital de la hispanidad.
Atrapada por su pasado (suéltame pasado)
    Y sin embargo la ciudad a la que vuelvo después de 15 años ya no existe: me fui del DF y estoy ahora en la Ciudad de México. Que por lo demás se reconoce en casi todo, si bien como la mayoría de las ciudades siguió mutando en su particular régimen de acumulación. Lo muestra la Cineteca, engrandecida de un modo que hace honor a lo más granado de su tradición arquitectónica.