lunes, 29 de mayo de 2017

Llanto en el cck


   Me cuenta un amigo que entre los animales que crió en su casa de Ramos hubo un lagarto overo: me lo regaló mi papá muy chiquito y creció hasta medir más de un metro. Vivió siete años en el fondo de casa y murió en dos etapas: un día tenía paralizadas las patas y la cola, dos días más tarde todo lo demás. Es posible que lo haya matado el frío, me dijo el veterinario. Comía huevos, se los dábamos crudos con un agujero y él los vaciaba, viste que los lagartos tienen esa lengua tan reptiliana. Cuando me lo regalaron tuve que tapar todos los huecos del cerco, los pozos por los que podría haberse escapado. Lo cuidé mucho, lo cuidaba mucho, le compré una plancha térmica que se conectaba a la corriente y se calentaba: él se echaba encima. De chico se dejaba tocar, cuando creció se volvió más arisco. ¿Conoció algún congénere? No, nunca vio un par, era macho, aunque sólo por suposición. Se llamaba Uriel.
no es la libertad, es otro
   En el Centro Cultural Kirchner (ese lugar), mientras recorro la exposición Naturaleza: refugio y recurso del hombre, compuesta de obras de numerosos artistas, me acuerdo de Uriel y su criador. Formo parte de un grupo donde hay también niños al que guían dos mujeres. Una de unos 25, la otra más o menos del doble. Ellas informan con entusiasmo cuestiones básicas de los artistas (origen y lugar de residencia, línea de trabajo) y contextualizan las obras. Por ejemplo relatan con tintes épicos la consagratoria intervención de Nicolás García Uriburu en la Bienal de Venecia del ‘68, a partir de la cual reproduciría su obra coloradora en aguas de todo el mundo, o explican que para su instalación Nicola Costantino tridimensionó con una impresora la fuente de la vida que Hieronymus Bosch pintó en El jardín de las delicias. Los asistentes de mi grupo casi no preguntan ni intervienen, aunque la guía más joven estimula la participación: ¿a qué se parecen las olas tomadas desde arriba? Pregunta ante El mar, de Ange Leccia, o ¿qué sugiere el mar?, frente a la obra de Agnes Varda. La libertad, se me ocurre, la libertad. Pero la respuesta que ella buscaba era otra.
paisajes de catamarca
   Después de ver tantas obras, muchas inolvidables, salgo llorando y por horas tengo que secarme el rostro. ¡Qué miseria! pienso desencajado, entre convulsiones, al borde de una depresión definitiva. Una exposición para miles en ese lugar único, que lo tiene todo para ser un verdadero foro de entendimiento por donde pase la vida, ¡reducido a esto! ¿Nadie le dijo a la curadora de Naturaleza: recurso y refugio del hombre que ya el nombre de su exposición es misógino y patriarcal (“el hombre”, ¿qué hombre?)? Mucho menos podría esperarse entonces que le hayan hecho ver que, encima, oblitera (tal como la ideología según la dice Marx) que la civilización no sólo es parte de la naturaleza, sino directamente su inventora, y que nuestra especie animal no es menos naturaleza que las plantas con sus hermosas manchas de petróleo y talas de bosques y sus aguerridos centros culturales. Pero en el segundo y el cuarto piso del cck la naturaleza se nombra y se reconoce por sus distintos tonos de verde (así la gráfica completa). Un rayo de esperanza antecedió mi ingreso a la sección “Antropoceno”, dados su nombre contemporáneo y la historización crítica del ambientalismo que conlleva, pero lo único que hallé fue reventada toda su recursividad, al punto de que el mismo concepto de ecología que operan las voluntariosas guías se sustenta obviamente en citas de GreenPeace. Un mundo pre-queer, pre-trans. O más bien anti.
   En este marco (en realidad ése es el marco) resulta inevitable -necesario-
entretenidos globos para caminar en medio
obliterar también por completo el carácter industrial del arte y su funcionamiento como una rama más de la industria del entretenimiento: las guías nos llevan por una sucesión de obras transparentes, portadoras de un mensaje cerrado (no importa cuál) que no entablan relación alguna con el sitio donde están ni con su régimen de uso, que refieren a una verdad exterior, y ante todo, ajena. Lloro en medio de la ciudad y viajo por un jardín florido, entre rascacielos y trigos, por los pasillos que recorren las reses camino al matadero, y en las nubes veo a Uriel, lo ausculta el veterinario. 
 

1 comentario:

  1. Si, es triste, pero que sería el mundo para tí, sin la tristeza que resulta de tu conciencia? Otro, que no es el tuyo.

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